Page 283 - Antologia FONCA 2017_sp
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LENGUAS INDÍGENAS

    La vela se apagó, la fuerza del viento había tirado las jícaras
que estaban puestas en el altar, el sakab se derramó.

    Casimiro se asustó muchísimo, perdió la noción del tiempo,
no sabía exactamente lo que había ocasionado. Así que se fue
corriendo dentro de su casa y cerró la puerta aprovechando que
nadie lo había visto. Le empezó a caer el sudor, su corazón la-
tía fuertemente, sus manos comenzaron a temblar. Tan sólo un
paso dio dentro de su casa cuando vio que había cuatro hombres
parados cerca de la mesa, quienes les daban la espalda. No ha-
blaban, tampoco se movían. El que estaba a la izquierda vestía
todo de blanco, el de al lado de rojo, el tercero de color negro y
el último de amarillo; fue lo que él pudo distinguir. En la mente
de Casimiro todo se había perdido, había obscurecido como el
lugar donde estaban los señores.

    –¡Qué chingaos acabo de hacer! ¿Quiénes son estas personas?
¿Qué vinieron a hacer aquí? –pensó Casimiro, porque no podía
hablar ni tampoco mover su cuerpo.

    –¿Qué es lo que quieres de nosotros? –dijo aquel hombre ves-
tido de negro, con voz rasposa.

    –¿Por qué nos has invocado? –preguntó el de ropa roja.
    Casimiro quiso salir corriendo de su casa, sin embargo no po-
día moverse, y aunque la puerta estaba cerrada, de repente escu-
chó que comenzaba a abrirse y vio como entraba de ahí un Sip
kéej o Señor de los venados. Sólo podía mover sus ojos pues todo
su cuerpo estaba petrificado. Cuando nuevamenmte giró sus ojos
hacia donde estaban aquellas personas, vio que solamente queda-
ban dos; ya se habían movido de donde estaban; ahora estaban
colocando la hamaca de Casimiro. Ninguno de ellos hablaba, sólo
movían las manos amarrando el brazo de la hamaca.
    De pronto Casimiro sintió que le estaban punzando la espalda
con algo puntiagudo, empujándolo hacía donde estaba la hamaca,
eran los cuernos del gran Sip kéej. Por momentos, sentía como se
incrustaban en su piel dichos cuernos, lo doloroso que era para él.
Aquellos dos hombres que quedaban, se limitaron solamente a
sentarse a un costado de la mesa, ninguno de ellos pronunciaba
palabra alguna. Cuando por fin Casimiro fue acercado junto a su
hamaca, de una cornada lo empujaron para que cayera dentro de

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