Page 48 - Antologia FONCA 2017_sp
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PABLO GÁLVEZ
abarcable a aquélla, o cuando menos superponer uno de sus ele-
mentos en plano ajeno, lo último que se lograría, sin duda, sería
proyectar la imagen; antes habría que sentirla, olerla, escucharla
–¿me oyes, Raquel?– e incluso degustarla para hacerla pasar por
tamices sensoriales que ni siquiera se tienen por conocidos, mu-
cho antes de poder verla.
Súbitamente, los rostros de los bocetos parecen sonreír uná-
nimes. Por fin la expresión indescifrable que los caracterizaba
sugiere haber adquirido un nuevo tenor que franquea el carácter
adusto de los semblantes –todos el mismo: yo/tú– y los ofrece
animosos. Una Raquel al borde de la taquicardia eufórica salta
de la cama y vuelve a poner manos a la obra: tomas el pincel
con júbilo renovado, máximo, y te dedicas a pintar mis genita-
les, mi abdomen; el contorno de mi silueta y los pormenores de
la piel, dejando aparecer un lunar aquí y otro acá; mezclando
colores hasta obtener el bronceado idóneo, los minúsculos mi-
chelines bajo las costillas, esa cicatriz próxima al ombligo –im-
posible precisar cómo llegó ahí, mas evidencia algún atributo de
un pasado jamás vivido.
Llegas al pecho, hombros y brazos en tan sólo un par de horas
y con sutil pulcritud los materializas en el lienzo con tal pasión,
suerte y buena mano que ya notas, ahora sí, cómo se ahuecaba el
surco corpóreo en el lecho. (Ya no sabes cuándo es que pintas y
cuándo es que sueñas que pintas, a qué hora duermes; pero, ¿qué
importa ya diferenciarlo?)
Al pasar al cuello, las venas y la nuez abultan el trazo roza-
gante, respirando, y del mentón precipitas la elipse ascendente
que habrá de cuajar en mi cabeza; si bien para el rostro te tomas
más tiempo que en todo el resto: los serpenteos carnosos de las
orejas, cada cabello trazado individualmente, al igual que cejas,
pestañas y comisuras labiales; para delinear nariz y ojos te lle
vaste medio día (y estabas tan abstraída en tu labor que no escu-
chaste que la mucama llamaba con insistencia a la puerta para
hacer el aseo, ofrecerte algo de comer y demás cosas indispensa-
bles que mientras uno viva no puede pasar por alto; mas como el
pago de la habitación está cubierto por toda la semana y “no
huele a cadáver, se oye que alguien se mueve ahí dentro” –opinó
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