Page 49 - Antologia FONCA 2017_sp
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CUENTO

un botones al cabo de dos días–, conjeturaron que muy proba-
blemente tenías tu propio abastecimiento alimenticio –cosa que
omitiste completamente al ir a hacer las compras– y un asunto
muy demandante entre manos, por lo cual resolvieron acatar lo
expuesto en el letrero del picaporte y no molestar más).

    Una vez que cada detalle queda finalizado, al contemplar ma-
ravillada y plenamente segura de que a tu obra maestra no le
hace falta ya ni una leve pincelada, y que no obstante aún perma-
nezco yo invisible; antes de romper el pincel, decides apartarte
del caballete, tomar distancia para ganar perspectiva y girar el
cuadro de frente al lecho. Luego vienes a sentarte en el borde de
la cama y, sin apartar los ojos de tu pintura, de mí, preguntas tras
declarar:

    –Yo soy Raquel, ¿quién eres tú?
    Te digo –sin emitir palabra– lo único cierto en tu vida, lo que
necesitas oír. Que, obviamente, soy tú, Raquel: tu contraparte
más íntima y, como es natural, masculinizada; todo el amor per-
dido o nunca ganado, la prótesis de lo que siempre te faltó; algo
que tuviste que crear, ya que de otro modo jamás habría existido.
Tratas de acariciarme mientras tus pezones lloran leche conmovi-
da. Hacía muchísimo que no te dolía tan poco la cabeza, casi nada
y a cada instante menos. Hablamos de cariños y pasiones, de todo
cuanto es y cuanto no; de la permanencia y de la inmortalidad.
De por qué no puedo moverme ni hablar, ni tampoco tú verme
pero sí escucharme. Intento explicarte por qué no podríamos es-
tar juntos, si bien somos capaces de sentirnos y oírnos una al otro,
a la perfección; superficialmente, al menos. Tus manos me reco-
rren de pies a cabeza, muy despacio, y yo sin poder hacer más
que articular en tus más tiernos adentros suspiros, lamentos y ge-
midos, acallados por la realidad inclemente, la tuya, a la que te
has atenido siempre. Comienzas a tomarla en cuenta de nuevo al
percatarte de mi rígida frialdad, como de maniquí hecho de aire;
al escuchar mis razones para no entrar en este plano tuyo.
    Reparas en los traficantes de opio, en tus compañeros del
tren, y en los empleados y demás huéspedes del hotel que se pa-
sean ruidos­ amente por los corredores afuera de este cuarto; toda
la gente que –quizá– te extrañará o que cuando menos habrá de

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