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CUENTO

sobre todo con dinero, que la colmara de atenciones y lujos, como
a ella su mentiroso esposo –tu venerable padre– la conquistara
con promesas huecas y demás embustes esperanzadores que le
extirpaban su existir menesteroso, tan sólo para dejarla viuda con
una Raquel de seis meses a la que se le inculcó desde la cuna
que debía forzosamente ser una mujer muy femenina, servicial y
sobre todo bella, para “enganchar –cito a tu madre– a un buen
partido”.

    Pero ella murió también cuando tú apenas contabas quince,
justo en tu cumpleaños, hace ya la mitad de tu vida; y en vez de
vals y fiesta tuviste luto, velorio, sepelio; y la imperiosa necesidad
de valerte por ti misma, de trabajar. Luego vinieron los dolores de
cabeza y de senos; el diagnóstico médico fue certero e inclemen-
te: hiperprolactinemia (una rara condición en la cual las glándu-
las mamarias producen leche sin estar preñada o parturienta); el
cuadro va generalmente acompañado de un tumor cerebral. Te
insistías a ti misma que esos síntomas eran parte de algún emba-
razo metafísico –acaso psicológico– que se gestaba en tu cabeza
y no en tu vientre.

    Después de muchos y muy variopintos empleos (mesera, reca-
dera, costurera, niñera, etcétera), llegaste al de sobrecargo de tre-
nes. Fue como unirse al circo. Siempre de gira, el mundo patas
arriba, muchísima gente y toda de paso: pasajeros frecuentes y
turistas en ida y vuelta perpetua, yendo y viniendo por paisajes
idénticos y cambiantes, que desfilaban ante ti y que jamás quisiste
pintar (sólo retratos, como ahora, que vuelves a bocetar las mis-
mas persistentes facciones mientras rememoras todo esto); que te
miraban pasar en tu itinerancia perpetua, te medían con sus dis-
tancias de nunca quedarte en ningún lado.

    En tanto, tan sólo un par de ilusiones fugaces –de las cuales
no vale la pena hablar–, y la mayor fue la que te lapidó la cabeza
con aquello de “casi bonita”, porque pudo haberte dicho o aun he-
cho cualquier cosa, pero, ¿por qué eso? Si te hubiera dicho fea o
incluso algo peor a secas y tal cual, la catástrofe no habría sido
tan colosal: ese casi te acogotaba todo vestigio de reposo, te zam-
bullía en la zozobra emocional de no ser lo suficientemente “bue-
na” para nada ni nadie (ni siquiera para trabajar como aeromoza:

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