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CUENTO

    –Más ganar –continúa su comentario–. Quien diga que no le
gusta ganar, que sube al ring a ponerse en su madre con otro, no-
más por competir, está echando mentiras. Es sabroso ganar, fíjese…

    Se queda callado. Un grupo de oficinistas entra a la marisque-
ría y ocupa la mesa del fondo. Una mujer delgada, morena, sale
de la cocina con una baraja de menús en las manos; trae un peda-
zo de carcajada todavía metida entre los dientes, en los labios.
Pasa el trapo húmedo por la mesa y va colocando los menús fren-
te a los hombres.

    –¿A como dé lugar? –le pregunto.
    Se chupa los dientes, se rasca la frente y luego la nariz; sabe
por dónde va la pregunta. Voltea a la derecha, a la izquierda, se
agacha y se queda un rato mirando el mantel roto en las esquinas;
luego baja los ojos a sus zapatos grises, tallados. Parece que ahí
escondió la respuesta, porque revira de pronto.
    –Pues no tanto así. O depende.
    –De qué –le respondo, para ahondar y no perderme nada; su
conversación es un hilo que hay que seguir para poder llegar al
final del laberinto de sus recuerdos.
    –Pues de muchas cosas –afirma, y le da otro trago a su cerve-
za; como siempre, del lado que el tarro tiene sal.
    Saco la grabadora de mi mochila y la pongo entre nosotros,
sobre la mesa, al lado del plato de los cacahuates. Le pregunto si
le importa, y él me contesta con un silencio y un gesto vago.
    La victoria es la meta final del atleta, no es algo nuevo; ya
lo he escuchado, pero le pregunto si es lo único a considerarse: lo
único que importa.
    –Mire, no –jala aire por la nariz y se echa para atrás en la si-
lla–, le estaba diciendo hace rato que quien se suba al ring y diga
que no quiere ganar es un pinche mentiroso. Bueno, eso digo yo.
Pero no nada más es eso. Se trata también de ver quién es el más
cabrón, medirte con otro.
    Hay quienes dicen que el principal rival a vencer es uno mis-
mo. Es una expresión común, casi un mantra entre los depor­
tistas. Le pregunto si comparte esta visión.
    –No, sí, claro –toma el tarro y lo gira entre sus manos–. Pri-
mero eres tú, pero luego ¿qué? ¿Cómo te das cuenta que ya estás

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