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ALDO ROSALES VELÁZQUEZ

listo, que has aprendido lo suficiente? A huevo hay que medirse
con alguien más. No hay otra manera de verlo, de comprobarlo.

    Lo miro y él ahoga una mirada en la cerveza.
    –El otro es como un espejo. Porque si no, pues sería como ha-
cer sombra siempre, nada más que sombra.
    Afirmo. Carrera se nota inquieto y de pronto comienza a tara-
rear. “Sombras, nada más”, entona en broma, con voz bastante
afinada, e imita los gestos de Javier Solís.
    –Hay que ver que lo aprendido está bien aprendido –prosigue
luego de ponerse serio–, y eso sólo se ve si eres capaz de derribar
al otro, de hacerlo que se eche para atrás.
    Pone el tarro sobre la mesa, como punto final de su explicación
sobre lo que es el combate. Comienza a jugar con el agua que que-
dó sobre el hule de la mesa, hace figuritas que no tienen ningún
sentido y luego deshace todo de un borrón y voltea a verme.
    Han pasado siete años desde el incidente. Algunos ya no re-
cuerdan a Robert Cassidy, mucho menos a Guadalupe Carrera.
Pero el olvido no es algo que a todos se les conceda. Le pregunto
qué opinaba de Cassidy antes de enfrentarlo. Saca aire por la na-
riz, carraspea y le indica a la mesera que se acerque. Ordena otro
tarro de cerveza (“bien nevado”, le dice mientras ella apunta) y,
luego de voltear a verme, como preguntando si está bien, pide una
orden de camarones al ajillo y un pescado.
    –Pues era un tipo duro, buen boxeador. Yo no lo conocía en
persona; la verdad, ¿qué podía tener contra él?
    En su voz no hay dejo de nada parecido a alguna emoción;
nada que indique odio o rencor, aunque tampoco afecto. Le pre-
gunto si recuerda la pelea.
    –Fue mi última pelea. Fue la última vez que me subí a un ring.
Es lo único, o casi lo único, que me han preguntado en los últi-
mos siete años: claro que me acuerdo.
    La grabadora desaparece. La mesa desaparece. El grupo de
oficinistas del otro extremo desaparece. Yo desaparezco. De pron-
to, Guadalupe Carrera se queda solo, se le borra la camisa, se le
cae la poca grasa que le cubre el abdomen, la piel se le vuelve a
estirar y unos Cleto Reyes rojos le vuelven a cubrir las manos. Es
la noche del 16 de noviembre de 1986, en Nueva York, y en la are-

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