Page 59 - Antologia FONCA 2017_sp
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CUENTO

    Me quedo callado y lo miro a los ojos, sin intención.
    –Pues sí. Digo, de él, pues.
    Las palabras se le amontonan en la boca. Como los peleadores
que están lastimados, acorralados, y tienen a flor de puño todas
las combinaciones que saben, todos los entrenamientos acumula-
dos, pero no atinan a aventar una sola; igual a querer salir todos
al mismo tiempo por la misma puerta: no sale nadie.
    –Ahí estaba también Guindilla, su hermano, pero pues él no
tenía nada qué ver.
    Guindilla, un boxeador más bien anónimo, de medio pelo, que
en algún momento llegó a estar rankeado entre los diez primeros
del mundo en su división. A él la historia se lo tragó: pocos deta-
lles hay de su carrera, y sus peleas se recuerdan más por los riva-
les que enfrentó que por él mismo. Se le llegó a considerar como
rival para el Ladrillo Zurita, en una pelea de donde saldría el reta-
dor para el título paja; pero el encuentro nunca se concretó, por
razones que jamás quedaron del todo claras.
    Vuelvo del recuerdo de Guindilla y le pregunto, entonces, si
todo el asunto fue sólo una decisión tomada entre Cornelio Asun-
ción y él.
    –¿Cómo? –dice, pero parece que es más una pregunta para sí
mismo, una especie de reflexión.
    Se queda pensando, parece a punto de decir algo pero decide
echarse más cerveza a la boca. Las palabras son un fuego que no
todos están dispuestos a llevar a los labios. Porque los que los
tienen secos, secos de esperar, secos de no hablar, acaban luego
incendiados, consumidos en su propia verdad o en sus propias
mentiras, y no hay quien los calle después.
    –Mire –continúa de repente, como si hubiera hallado las pala-
bras exactas en la cerveza–, el chico estaba en su tiempo, en su
apogeo. Veintidós años, me está usted diciendo ahorita: tenía todo
el tiempo del mundo para regresar, y regresar mejor que nunca. La
derrota no siempre es cosa tan fea, es como la medicina que te dan
cuando eres niño, que sabe mal pero te cura, y tú no lo crees. La
vieja te dice “anda, niño, tómatela que te va a hacer bien”, pero tú
haces puchero, no quieres. Y ya que estás sano, de nuevo en la calle
o con los amigos, te das cuenta que no era cosa tan mala. ¿No cree?

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