Page 161 - Antologia_2017
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PABLO MATA OLAY

Ya íbamos adentro del Atlantic 82. Mi papá al volante, siempre
con sus lentes de aviador Ray Ban que le asepiaban el mundo, a
pesar de ser las primeras horas del día. Mi mamá junto a él, con su
temor exagerado a pasar por las vías del tren. Mi hermana detrás
de ella, ausente. Tenía la actitud lejana de mirar en todo momento
un smartphone, aunque aún no se inventaran. Y yo, detrás de mi
papá, miraba la noche que dejaba de serlo, propiedad todavía de
grillos y ranas. Deseaba que adonde fuera el Atlantic, ahí pudiera
bajarme y escapar. Vivir en un pueblo en medio del bosque, junto
al mar, en la ciudad o donde fuera. En cualquier lugar menos Co-
lima, con sus bullies y el inescapable sentimiento de estar solo.

    La primera escala no quedaba lejos. En cuarenta minutos as-
cendimos más de mil metros hasta las faldas del volcán. La oscu-
ridad no se iba, pero comenzaba a ceder: los bordes de los cerros
se dibujaban, como los contornos de las cosas cuando se parpadea.
Comenzaba diciembre y el frío de las partes altas de la carretera
nos hicieron taparnos con cobijas que mamá había sacado de baú-
les y que olían a guardado.

    Una fábrica de papel anunció su presencia ominosa. Con el
permiso de todos había contaminado un río con celulosa desde
hacía treinta años. A esa hora sólo se percibían las luces de las chi-
meneas y las luminarias alrededor de un lago negro. De día tam-
bién era negro. Cuando leía sobre pócimas de brujas, me acordaba
de este lugar.

    La fábrica, en un acto de generosidad social, había instalado un
parque a un par de kilómetros del lago y mi papá decidió que sus
hijos estaban interesados en las resbaladillas y los volantines. A las
seis de la mañana. En medio de una niebla que apestaba. En un
parque sin árboles, o los pocos que había, muertos de asfixia.

    No conseguimos hacerle entrar en razón. A fuerza mi hermana
se columpió y yo apenas cupe en la resbaladilla de túnel. Él estaba
divertido, sacó la cámara de su trabajo y le puso el flash. No quiso
perderse este momento de felicidad en el que todos estábamos ya
a punto de vomitar.

    El viaje se reanudó. Nadie habló ni hablaría de esa escala. Nun-
ca. Así era mi familia: un conjunto de bóvedas cerradas que intenta-
ban olvidar su combinación.

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