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NOVELA
En mi primer recuerdo voy de la mano de mi papá. Miro su
pantalón enorme y siento su mano áspera. Hay un sentido de ur-
gencia e intento ir a su paso, que él no disminuye.
No creo que alguien haya elegido su primer recuerdo. Sé de
personas que describen momentos de cuando eran bebés, e incluso
de cuando estaban en el vientre materno. No voy a desacreditarlos,
mi cerebro decidió que lo primero que recordara yo del mundo
fuera una quemadura de cigarro.
En algún momento entre que toma mi mano y fuma su Marlboro
rojo, mi papá se confunde y me ofrece su mano con el cigarro encen
dido. Yo, inocente e ingenuo todavía, tomo la brasa viva y aprieto
durante una fracción de segundo. De inmediato la suelto, y grito ado-
lorido y un poco traicionado.
–¡Fíjate! –me regaña, como si yo debiera estar pendiente de los
pormenores de sus vicios y de las propiedades físicas del fuego.
Si bien no elegimos nuestro primer recuerdo, sí decidimos qué
recordar a partir de esa memoria iniciática. Durante mi adolesc encia
omití cualquier otro momento en el que mi papá y yo nos tomára-
mos de la mano. Es obvio que sí tuvimos contacto en mi infancia,
pero mi memoria prefirió alejarse de él más o menos hasta un par
de años antes del cáncer.
Ahora, desde una distancia suficiente para contarlo, y antes de
olvidarlo por completo, recuerdo algunos momentos en los que mi
papá y yo estuvimos en circunstancias similares a las del primer
recuerdo: sólo nosotros dos, en un viaje y, sobre todo, en la eterna
incomprensión entre un papá que nunca supo serlo y un hijo que le
reclamaba ser quien era.
Mi papá no me enseñó a rasurarme. Aprendí a hacerlo según como
Homero le enseña a Bart cuando piensa que va a morirse por co-
mer fugu. Tampoco me enseñó a hablarle a las mujeres: él les chi-
flaba en la calle y se peleaba con mi mamá cada quince días. El
único rito de paso que cruzamos juntos fue cuando aprendí, gracias
a él, a andar en bici.
Lo que inicia esto último es una mala racha en la familia. Ten-
go diez años, hemos vendido el coche y no abunda el dinero. Mi
mamá se las arregla en taxi o con el transporte del inah y mi papá
usa la bicicleta de mi hermana. En la mínima ciudad de Colima,
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