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NOVELA
Quizás había recurrido a ese escenario hollywoodense para no
escuchar al pensamiento intranquilo, ese que alteraba el espíritu:
El volcán no era mi volcán.
Desde que habíamos llegado a Colima deposité en él, como un
pozo de los deseos, un poco de simpatía. Platicaba con él lo que no
podía hablar con nadie, ya que no tuve amigos. En su majestuosi-
dad callada, yo me apoyaba para que la vida sin amigos me dolie-
ra un poquito menos. Pero ahora, desde un flanco diferente, me di
cuenta de que ese volcán amistoso e infantil no escuchaba, no en-
tendía, no simpatizaba. Y eso me dejaba solo.
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