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ALFREDO NÚÑEZ LANZ
algo sobre sus gatas, una tal Colores, que le ronronea en las tardes,
y Maripepa, la vaga que siempre sale por la puerta del jardín y se
trepa a la barda para cantarle al Pinto, su enamorado. ¿Qué tienen
que ver esas gatas con la historia? Nada, pero me imagino a la
Campana echada sobre un sofá, muy bien peinada, con Colores
sobre las piernas; las dos muy serias, sabias conocedoras de todo
lo que ha pasado; guerras, planes de paz, revoluciones… y Mari-
pepa trepando una pared al fondo. Toda una pintura…
–¿Cómo está, maestra? –alguien la hizo hablar, y perderemos
el tiempo gracias a esa pregunta.
–Muy contenta.
–¡Qué bien! ¿Y por qué? –pregunta Sonia.
–¡Son bien chismosos en este grupo! No puedo creerlo…
–¡Cuéntenos!
–¡Sí, cuéntenos!
–¡Por favor, platíquenos!
–Bueno… Ayer llegó alguien nuevo a la familia y estoy feliz.
¡Maripepa por fin dio a luz!
La Campana suelta una risa escandalosa y, emocionada, se da el
lujo de aplaudir. Es súper ridícula. Todos chillan de alegría fingida
y varios se acercan con su banca para que cuente mejor la historia.
Son capaces de hacer cualquier cosa con tal de no tener clase.
–¿Y cómo le van a poner?
–¿Y de qué color es?
–Niños, calmen. Es negrita casi toda, ya le decimos “la negra”,
porque se parece al vago de su padre.
Y más risas fingidas…
–Pero ya se llama Alegría. Ése va a ser su nombre.
Carcajada general. Ahora un personaje más en el cuadro: Ma-
ripepa, Colores y Alegría, juntas. Seis pares de ojos de gato sabio
mirando al frente, todos historiadores. Mejor me vuelvo para pedir
más ron y bebo sin que se dé cuenta, aprovechando que está emo-
cionada. No sé por qué me sabe a barril, como si mordiera madera.
A lo mejor un gato fue el que quiso tragarse a la paloma. Esos
sí son ágiles. He visto cómo cazan a los pájaros y luego dejan to-
das las tripas de fuera, cuando ya lo masticaron. Son unos cabro-
nes, acechan a lo que vuele o se mueva. No los atrapan por hambre:
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