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NOVELA
que haya en ese momento un simulacro, cualquier cosa para des-
viar la atención de mí.
Allí están la coordinadora y la directora. Me siento frente a
ellas y comienzan las acusaciones: el día que me volé la clase de
Geografía, mi actitud cínica, le respondo mal a los maestros cuan-
do me piden algo. Las dos sospechan que soy el culpable del co-
hete que estalló en los baños de hombres, provocando que todos
los fumadores salieran corriendo con la evidencia en los dedos.
–Insultaste a la maestra, tú no respetas nada.
–¿Respeto? ¡Ella me pone apodos y me cambia de lugar!
Debí quedarme callado para aceptar el castigo, hacerme el
tonto, subir a mi nube y aceptar la derrota con una disculpa, pero
en ondas microscópicas siento cómo va viajando mi aliento hasta
los orificios negros de la nariz de la coordinadora: Lizzette, o la
“pelos de Maruchan”, como le decimos Víctor y yo. Se me salie-
ron las palabras, como si estuvieran vivas. Siempre me pasa, y
ahora mi bocota lleva todo el tufo a ron, a madera, a pirata.
“Ella también bebe”, me digo, pues sabe que se trata de ron. Inten-
ta interrogarme para saber quién tuvo la idea. ¿Si le digo quién llevó
el alcohol al salón?, quizás el castigo sea más leve. No, no puedo
hacerlo. Eso se llama traición, además hay muchos metidos en esto,
arrasarán con mi grupo y yo seré el cabrón delator. No soy un soplón.
–¿A quién más le diste a beber eso? Si no dices la verdad, vas
a obligarnos a oler el aliento de todos los de tu salón.
Intento una mirada honesta y firme ante las culebras de Maru-
chan, que también parecen atentas; sus pelos son como un detector
de mentiras y su nariz olfatea los planes de todos. Su pelo rubio
artificial brilla y la raíz castaña se asoma en la línea que le divide
la cabellera en dos.
–Ya le dije, la botella de coca con ron era mía y me la acabé
solo. La traje para mí y no me gusta compartir mis cubas con nadie.
Fatal. Telefonean a mis padres, me acusan de alcohólico. Espera-
mos los tres a que lleguen. Muerdo mis uñas y me arranco los pelleji-
tos de los dedos, es algo que hago desde niño. A veces me sale sangre,
pero ayuda. La secretaria me da un vaso de agua y agrega que luego
me dará otro, “para que se te baje”. Piensa que estoy pedo, pero no es
así. ¿Por qué todo tiene que ser siempre un gran escándalo? Llega la
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