Page 176 - Antologia_2017
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NOVELA

los matan por juego. Ya veo a Maripepa cazando a la paloma con
garras de garfio, arrancándole la cabeza y llevándole su trofeo a la
Campana. Los gatos hacen eso: les llevan sorpresitas a sus dueños
con cara de mustios.

    –…Está tan chiquita, y sólo tuvo una, no sabemos por qué.
Casi siempre la camada es de tres o cuatro.

    La maestra saca su celular y muestra a todos las fotos de la
nueva gata. Yo quisiera traer mi cámara, ir al cruce difícil y retratar
a la paloma muerta. Tomarle una foto a diario, para ver cómo la
trata el tiempo. Luego, metería las fotos en la bolsa de la Campana
para que las encuentre, por lo menos dejará de hablar de Colores y
Alegría. Me imagino su cara: pensaría que alguien la acosa o la odia,
sudaría de la angustia y se le borrarían las cejas. Se merece veinte
palomas muertas, todas hinchadas en la bolsa. Eso acabaría con su
ridiculez. Pero sabría quién fue: yo, el único que no le pregunta
por sus gatas ni le hace fiestas o le saca la plática. Sabe que no la
soporto, lo huele al entrar a mi salón, y por eso siempre me cambia
de lugar cerca de ella. Me reta.

    –Saquen todos el libro y ábranlo en la página 530. ¿Tienen sus
marca-textos? Acuérdense que sólo el amarillo me gusta, porque se
les conectan mejor las ideas y memorizan la clase. Ya saben lo que
dice el dicho “el que de amarillo se viste, en su belleza confía”.

    ¿Qué tiene que ver el dicho con su pésima dinámica? A eso se
reduce la clase: ella lee primero y luego, en una aburrida cadena,
nos pide que leamos en voz alta. Después dice: “subrayen” y de-
bemos subrayar las ideas que considera importantes. Leer y subra-
yar, leer y subrayar, Maripepa, Colores, Alegría, leer y subrayar…
con amarillo chillón porque es su color favorito. Saco un marca-
textos azul para llevarle la contra.

    –Rubillo, guarda ese marca-textos azul.
    Es como si olfateara cualquier cosa que rompe su orden.
    –Es que no tengo otro, maestra. Y no me llamo “Rubillo” –le
contesto sonriendo contra toda mi voluntad.
    –Pero te queda bien el apodo, aunque te llames Ernesto. Sién-
tate frente a mí y te presto uno. Siempre traigo de sobra.
    Otra vez la risa de todos. Además, como siempre, me castiga
cambiándome de lugar hasta el frente. Ya ni modo, me siento en

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