Page 182 - Antologia_2017
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NOVELA

    No sé qué más decirle. Respiro hondo y se lo mando. No hay
tiempo que perder, debo avisarle por si acaso las gárgolas hacen
una inspección. Acabo de presionar el botón de enviar cuando
mamá entra.

    –Óyeme bien, Ernesto, no vas a salir en todo el día de tu cuar-
to. No tienes derecho a ver la televisión. En la noche, cuando vuel-
va tu padre del trabajo hablaremos los tres.

    Sale dando un portazo. Nunca he visto tanto desprecio en su
cara. Está tan enojada que no parece ella misma, ni yo su hijo, se ve
que me odia.

    Suena el celular. Es la respuesta de Víctor:
    No manches Neto ya tiré el ron qué pasó??? dimeee
    Le respondo:
    A lo mejor me expulsan. No hay pedo, estás fuera de esto, no te
mencioné. Te llamo en la noche.
    Me siento en el borde de la cama. Frente a mí está la de Olivia,
nuestro cuarto se divide en dos. Mi lado es el izquierdo, con todas
mis cosas apiladas. En el lado de Olivia domina el color rosa y mo-
rado, con personajes de Disney en la colcha, una lámpara de noche
con forma de castillo, sus patines nuevos y sus peluches acomoda-
dos. En medio de nuestras camas hay una ventana y frente a ella el
escritorio que compartimos para las tareas. Es el territorio neutro,
aunque Olivia, cuando era más pequeña, rayoneó la superficie y
todavía tiene líneas de plumón indeleble y caritas mal trazadas.
    Me siento encima del escritorio y abro la ventana. El escritorio y
la ventana comparten la altura así que puedo colgar las piernas hacia
afuera. Me gusta sentarme en los bordes, nunca les he tenido miedo.
A veces pienso en lanzarme, no porque quiera morir o algo así, sino
para sentir los cuatro pisos de tajo, en caída libre. También me emo-
ciona la idea de volar, flotar por ahí sintiendo el aire, mirar para
abajo y ver las cosas chiquitas, andar por el cielo sin tener a dónde ir.
    Lo único que tengo enfrente es un muro de ladrillos y, abajo, el
estacionamiento de nuestro edificio. Se escucha una lejana sirena
de ambulancia. Empiezo a contar los ladrillos del edificio de en-
frente. Es lo que suelo hacer cuando me castigan. Ya sé la cantidad
total, pero de alguna forma me tranquiliza volver a empezar desde
el principio, con la mirada clavada en el primer piso. Cuento de

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