Page 46 - Antologia_2017
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CUENTO
do con un soldadito rojo cuando sentí un tirón que me recorrió el
brazo, como si alguien lo hubiera jalado. El tercer día la casa ama-
neció con todas las ventanas abiertas, y esa mañana se rompieron
tres cuadros que cayeron uno tras otro haciendo un ruido infame.
El cuarto día se apagaron las luces mientras estábamos viendo una
película, la radio se encendía y dentro de la casa empezó a hacer
más frío. Mis padres ponían todo en su sitio y parecía no importar-
les que la casa se desordenaba y que el congelador hacía más hie-
lo. Cuando el vecino del cuatro vino de visita, hablaron del clima
y de los cortes de luz, porque el sistema eléctrico era viejo.
El quinto día tuve un sueño extraño. Había una escalera que
primero subía y después bajaba y luego un pasillo que daba a un
laberinto que era nuestra casa: en cada cuarto había otra casa y mis
hermanos y yo corríamos de un lado a otro jugando al escondite,
pero los cuartos y las casas se multiplicaban a medida que los atra
vesáb amos, y al final cada quien desembocaba en un paisaje distinto
hecho de hielo. Esa madrugada el viento se descontroló más, re-
volvió todo y el soldadito amaneció con los ojos abiertos, como si
hubiera visto algo. Mis padres acomodaron todo, sacaron los abri-
gos de los clósets y encendieron la calefacción. Nos cubrimos de
capas y anduvimos todo el día como astronautas explorando la casa,
que de repente parecía un espacio nuevo.
El sexto día desperté con la mano dormida y durante horas se
movía de una manera extraña, como si no fuera mía. Los pies se me
entumían y las piernas se me paralizaban. Me tropezaba todo el
tiemp o y sentía como si caminara con unos zapatos demasiado gran
des; los pies me pesaban tanto que no podía moverme y pasé horas
en cama. Mis padres dijeron que estaba creciendo, pero yo sabía
que era otra cosa.
Esa tarde salimos al patio y jugamos matatena con los vecinos,
pero no hubo ganadores; hubo una ráfaga que interrumpió el jue-
go, duró no sé cuánto y luego desapareció. Tratamos de volver a
casa, pero mientras caminábamos las calles parecían cubiertas de
una niebla imposible y nos perdimos. Se hizo de noche. Dimos la
vuelta en una esquina que no supe cuál era, y me sobresalté. Sentí
un escalofrío y por un segundo el espacio me pareció irreconoci-
ble, y entonces oí su voz.
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