Page 44 - Antologia_2017
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Dulce Aguirre

                          Herejía

Aquel verano hacía mucho calor y casi no salíamos. A veces bajá-
bamos al patio y jugábamos matatena con los vecinos. Cuando
ellos perdían nos perseguían por la calle gritándonos “¡herejes!” y
nos aventaban piedras, y entonces teníamos que encerrarnos en la
casa y no podíamos volver a salir. A veces tocaban a la puerta hom-
bres que querían ofrecerle a mi madre la salvación de Dios. Ella
les decía que éramos ateos, que no creía en la Creación y no nece-
sitaba que nadie la salvara, y ellos le hablaban del infierno. A mí
siempre me había gustado mucho el fuego, los colores me atraían
de una manera extraña y nunca me había dado miedo. A veces,
cuando nadie me veía, encendía cosas y me quedaba mirando mien-
tras se derretían. Lo que más me gustaba era quemar relojes; los
recogía de la basura y después los desarmaba, encendía los peda-
zos y veía cómo la aguja iba perdiendo forma. A veces también que-
maba ratones; los sacaba a escondidas del refrigerador, les prendía
fuego y veía cómo sus patas iban enroscándose mientras se carbo-
nizaban.

    Ese año la canícula había comenzado antes, pero el fin de sema-
na ocurría lo de siempre. Los sábados por la tarde íbamos al cam-
po y llenábamos la colina de trampas para ratones. Los domingos
eran días de misa y los vecinos iban a la iglesia. Nosotros íbamos
al campo, cogíamos los ratones muertos y nos los llevábamos en
bolsas. Guardábamos las bolsas en el congelador, y allí ocurría la
masacre: las pulgas que vivían en las patas de los ratones morían
intentando huir del frío en un último salto y se pegaban al plást­ico.
Mis padres las quitaban con pinzas y las guardaban en cajas de cris-

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