Page 54 - Antologia_2017
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CUENTO

    –Mi tía ya casi nunca viene. Es que ha estado mala. Se la pasa
en la casa. Ella hace la birria y nos manda las ollas –contesta la
chica al poner los dos vaporosos platos hondos sobre la mesa fren-
te a nosotros. –¿Qué les sirvo de tomar?

    –Una coca –pide Yiyo.
    –Para mí uno de manzana –le señalo con el índice una botella
que alcanzo a ver a través de la puerta traslúcida del refrigerador.
    –Una coca helada para aquí y me prepara también una agüita
de calcetín bien caliente para llevar –manifiesta Bigotes. –¿Y qué
es lo que tiene la Conchis?
    –¡Sepa! –tuerce los labios y encoge los hombros pecosos. –
Nada más sé que le duelen los tobillos o las rodillas y no puede
mantenerse en pie mucho tiempo. Tiene que estar descansando.
    –¡Qué mal, oiga! Tenía rato que no me daba la vuelta para acá.
Somos camaradas de hace años, aquí la cotorreábamos seguido.
Apenas que le quería preguntar si me ayudaba a conectar un crico
o, de perdido, una carterita de pericos para chingarle toda la no-
che, como de costumbre: tarde, pero sin sueño. ¿Usted no sabe si
halle por aquí?
    –La verdad, no sé. ¿Para qué le miento? Aquí no tenemos nada
de eso. Puede que en las cachimbas que están más adelante.
    –Ahí traigo todavía algo de lo que compré ayer en Silao –reve-
la Yiyo con ímpetu–, en la cachimba de Mayrita, la Cariñosa. Ya
sabes que ahí se consigue sin falla. Antes de irnos me acompañas
al mueble y te paso una piedrita o dos para que te atices perrón.
    –Te lo agradezco, mi Yiyo. Con un poquito que me des tengo
para ponerme agustín con tenis. El chiste es nada más andar pren-
dido para jalar. No paniqueado. Ya ves el vato al que corrió mi
patrón hace dos semanas. ¿Sí te la supiste? Se perdió por tres días
con el tráiler. Apagó el Ci Bi y desconectó el Ge Pe Ese. No lo
encontraban. Imagínate. ¡Tres días! Ya lo habían reportado como
robo o extravío. Hasta que otro compañero de la misma línea, que
llevaba una carga para Chihuahua, en el tramo de Delicias a Meoqui
reconoció al camión parqueado en una vereda como a dos kilóme-
tros de la carretera y se metió a buscarlo. Lo encontró sin diésel,
con las ventanas abiertas y las luces encendidas, y al vato, bien
mascarudo, hecho bolita en un rincón del camarote y con cuatro o

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