Page 57 - Antologia_2017
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GUSTAVO FRANCO

descolgarme en los descensos porque no traemos frenos. Ahí en
Aguas está el patio de mi patrón. Ahorita les aviso para que consi-
gan la refacción, si no la tienen en la bodega. En lo que lo arreglan
me voy de balazo por un cambio de ropa a mi casa, y a saludar a
mi reina y mis princesas. Me esperas ahí en la oficina. No me tardo.

En la última media hora he visto el reloj del teléfono cada tres mi-
nutos. Me asomo por el portón azul del corralón donde está esta-
cionado el tráiler para ver que la oficina todavía no está abierta.
Impaciente, regreso a sentarme en la banca gris de la gasolinera de
la esquina, justo entre los baños y la ventanilla de facturación. El
vidrio espejado me lanza el reflejo del sol matinal directo a los
ojos y me giro para evitarlo. Del otro lado del bulevar hay un au-
toservicio que abrió a las siete de la mañana, hace casi dos horas.
Ahí desayuné un sándwich con ensalada. Ahora que su clientela
comienza a ocupar los espacios del estacionamiento, distingo gen-
te con uniformes misceláneos que deambula esparcida entre los
automóviles para reunirse en la parada del colectivo que los lleva-
rá a cumplir el trámite de esta mañana: llenar salones de escuela,
apurar motores de fábricas, atender mostradores de tiendas, de ban­
cos, de hospitales. Se acerca una mujer que llama mi atención por-
que atraviesa el montón de gente y navega el bulevar con pasos
mesurados, pues espera que el tráfico la deje pasar. Llega a la ga-
solinera, aprieta la marcha, se dirige hacia el mismo portón azul y
entra al corralón. Vuelvo a asomarme y veo que mete la llave en la
cerradura para ingresar a la oficina. Al tráiler ya no le están hacien-
do nada, parece que está listo. Me acerco y saludo a la señorita.
Sonríe y saluda con dulce voz. Le pido un favor: que se comuni-
que con el chofer para decirle que ya está su unidad lista y que
aquí lo estoy esperando. Aunque es difícil que lleguemos antes de
mediodía, ya es muy tarde, tendríamos que haber salido, por lo me­
nos, a las siete. Ella me invita a pasar y abre las persianas. Cuand­ o
entra la luz a la oficina me dice que el chofer ya llegó. Salgo, lo
veo y me asombro. Parece que ha brotado de atrás de la caja seca,
como un aparecido. Checa los neumáticos con tres golpecitos de
un marro minúsculo, uno a uno, primero la hilera de la derecha. Me
aproximo cuando llega a la parte trasera y cambia al lado izquier-

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