Page 59 - Antologia_2017
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GUSTAVO FRANCO

conductores distraídos. Sube y baja el interruptor dos o tres veces
y acelera, liberando los estruendos sucesivos del aire que escapa
de los pistones. Lo noto alterado y concentrado. Metido en el ca-
mino, en las revoluciones y los cambios que hay que hacer para
que los descensos a exceso de velocidad y con un grueso tonelaje
se sientan tan suaves como un vals, como una pluma en caída libre
que esquiva las hojas sueltas del otoño.

    Los únicos tramos en que se modera son al atravesar León y
Silao, por el tráfico urbano. Pero nomás entrando a la carretera, le
pisa sin reparo. Veinte kilómetros antes de Irapuato nos desviamos
por una terracería que, después de pasar un pequeño poblado, nos
condujo hasta la entrada de unos invernaderos de extensiones des-
comunales. Decenas de hileras de estructuras metálicas forradas
con plástico o malla-sombra para proteger los diversos cultivos que
producen estos clientes que, al ver el tamaño de la empresa, creo
que pueden llegar a ser muy importantes para nosotros. Por eso
mismo me mandaron en el tráiler, para que no haya fallas en la
entrega, porque es el primer pedido que hacen, y siempre hay que
dar buena impresión desde el principio.

    En la caseta de seguridad el guardia nos indica que al fondo del
camino están las oficinas, que ya casi van a salir y que nos acer-
quemos antes de que nos cierren. Afuera de la oficina hay una fila
de camiones que esperan ser descargados. Nos estacionamos de-
trás del último y bajo para hablar con un ingeniero, encargado del
lugar, quien me informa que, en efecto, el día de hoy va a resultar
casi imposible descargarnos, por todos los que aguardan antes que
nosotros. Que es nuestra decisión si queremos hacer cola para ver
si acaso salimos hoy o, mejor, regresar mañana antes de las diez
para salir temprano, porque más tarde la fila empieza a crecer y no
nos vaya a pasar que nos tengamos que quedar otro día más. Bigo-
tes, desconfiado por la inseguridad de la zona, no quiere aceptar la
propuesta del ingeniero de dejar la caja seca dentro de las instala-
ciones de la agrícola. Esperamos sin sentido hasta iniciado el oca-
so. Muy tarde nos resignamos a que no nos van a descargar y el
hambre nos hace salir de nuevo a la carretera. De regreso a Silao,
decide ir a cenar a otra cachimba, esta vez sin avisarme. Sólo nos
estacionamos. Encima de la puerta de la entrada hay un rótulo es-

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