Page 65 - Antologia_2017
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ANDREA CHAPELA
tranquilo. Él no puede saber que para mí, en vez de ser un gato pin-
to, ahora es verde eléctrico. Se desenrosca cuando me oye entrar y
luego se detiene confundido. Me mira fijamente. Sabe que algo está
mal, pero no entiende por qué yo no lo acaricio. Maúlla. Le abro una
lata de atún, como para disculparme. Enciendo la cafetera. Suelta un
pitido agudo que se me mete hasta lo más profundo del cerebro e
incluso siento escalofríos mentales cuando el telón sensorial se es-
tremece. El sonido es normal. Los escalofríos no lo son.
Dálmata termina de comer y se acerca a mí. Se restriega contra
mis tobillos antes de soltar un pequeño maullido y transformarse
en una serpiente. Suelta un siseo, se arrastra hasta volver al rincón
soleado donde se enrosca verde y reptil. ¿Habrá sentido el cambio
de naturaleza? ¿Tendrá ahora dudas existenciales sobre quién es
realmente, si el ser un gato es parte de su naturaleza o si puede
seguir siendo lo que es a pesar de la transformación? Bosteza antes
de cerrar sus párpados dobles y dormirse.
Bebo un sorbo del café con leche. Me gustaría que el sabor a
quemado fuera un error, pero es una incómoda y diaria realidad.
La cafetera está a punto de morir y no sé cómo arreglarla. Desde
hace días que tiene este zumbido terrible, parece que sufre, es un
zumbido moribundo, estoy segura. No es la primera vez que le
pasa, pero antes Carlos se ocupaba de esas cosas, de la agonía de
mi cafetera o del lavatrastes que a veces decide que no puede
funcionar más y empapa el suelo de la cocina. Dálmata no lo so-
porta.
Pero me termino el café porque viviendo con Carlos me acos-
tumbré a beber una taza al despertar. Era su costumbre, y a mí me
pareció siempre muy adulto eso de despertarse, hacer café, sentarse
a hablar mientras se revisa el estado del mundo en la red. Muy adul-
to, muy civilizado, muy irreal. Al final no significaba ni madres.
Llamo a mi supervisor para avisar que no puedo ir a trabajar.
Mientras hablo, acaricio a Dálmata, sus escamas verdes son suaves,
como si estuvieran cubiertas de pelo. Es una sensación extraña,
pero no desagradable. Mi supervisor me dice que me quede en casa
y espere a que el telón se repare. Pero uno no puede desaprovechar
los errores de realidad. Cualquier cosa puede pasar allá afuera. Su-
pongo que tengo algunas horas antes de que el telón sensorial se
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