Page 69 - Antologia_2017
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ANDREA CHAPELA
pared cuando se me tapan los oídos. Es como subirse a un avión,
pero sin el dolor. Abro y cierro la boca para ver si se destapan
cuando el estruendo del siguiente metro me golpea. Puedo sentir
las ondas de sonido en la piel, como si me cubriera una tela muy
gruesa, una tela hecha de fibras de vidrio y las fibras se me pegan
a los brazos y se sienten tan brillantes porque están duras y frías.
No estoy segura cómo explicarlo. Más que un sonido o una sensa-
ción es una ola que me envuelve y entonces el metro se detiene,
abre sus puertas, mis oídos se destapan y los hilos de vidrio se
escurren y me sueltan.
Me detengo en la entrada hasta que un vendedor de música me
empuja justo antes de que las puertas se cierren. Lleva una bocina
pegada al estómago, o más bien fusionada, pero no sé si es un error
mío o sólo nuevas actualizaciones corporales. El interior del metro
de un color entre crema y verde tiene una atmósfera pesada, casi
húmeda, como si fueran las seis de la tarde en un día de primavera
caliente, con el metro a reventar. Es la primera vez en mi vida que
agradezco esa suavidad a mi alrededor.
Camino hasta el primer vagón que desde hace décadas es el
“de mujeres” y me cruzo con un chavo en dirección contraria. De
paso, casi por costumbre, intercambiamos una mirada. Por un mo-
mento creo que es la ausencia de la ventana lo que me sorprende,
pero muy tarde entiendo que me recuerda a Carlos. Me giro bus-
cándolo. El metro está llegando a Ermita y el muchacho espera
junto a la puerta. Apenas veo su perfil, pero lo que me llena los
ojos de lágrimas es el saco verde de pana. Ese saco que estaba
siempre sobre el sillón, porque Carlos se lo quitaba en cuanto lle-
gaba a casa, y lo tiraba allí, aunque sabía que me molestaba verlo
fuera de lugar. Era su saco favorito, que se había comprado en
Japón y que estaba ya tan gastado que en los codos las líneas de
pana habían desaparecido. Se baja cuando el tren se detiene y des-
aparece entre la gente en el andén. Me fijo en el ícono de la esta-
ción, la iglesia con fondo dorado y azul. Esta era la estación donde
nos encontrábamos cuando yo todavía vivía en Mixcoac. Muchas
veces me bajaba del metro para encontrarlo ya en el andén, leyen-
do un libro y esperándome. Cerca de aquí también están las ofici-
nas donde tomamos el curso de iniciación, cuando la tecnología de
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