Page 71 - Antologia_2017
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ANDREA CHAPELA

hice la operación sensorial. Nos mudamos juntos. Mis novelas se
mezclaron con sus manuales de uso, encontramos un equilibrio y
aprendí a reírme cuando, en días lluviosos, abría la puerta del bal-
cón y se paraba bajo la lluvia sin paraguas y me decía cómo con
los filtros de prueba sentía la lluvia de forma distinta. Una vez me
dijo que podía distinguir la silueta de los volcanes como si brilla-
ran entre las nubes oscuras. De vez en cuando probaba filtros carí-
simos de baja duración, que aún no habían salido al mercado.
Después de cada uno siempre decía que con el telón nos habían
quitado el peso de todas las preguntas epistemológicas, recordán-
dome esa clase de filosofía donde nos habíamos conocido. ¿Qué es
la realidad? ¿Dónde está? ¿Es la realidad personal? Todas tenían
respuesta ahora.

    Pero hace cuatro meses él se fue de nuevo. Me lo dijo la última
vez que estuvimos en el Centro. Como en otros paseos habíamos
tomado turnos para decidir qué hacer y estábamos descansando
antes de volver a casa. O eso pensaba yo. Él llevaba todo el día
tomando valor para decirme que había aceptado regresar a Japón.
No sabía cuándo volvería. Mi confusión y enfado lo sorprendieron.

    –Pero si esto no funciona desde hace meses –me dijo.
    ¿En serio? Los dos trabajábamos muchas horas, siempre se que­
jaba de lo poco que nos veíamos y hace tiempo que él sentía que es­­
tábamos en una rutina, que estaba estancado en México, que quería
volver a Asia. La explicación cambiaba, pero no la conclusión. Yo
no había sentido nada de eso, pensaba que estábamos bien, que así
se sentía compartir la vida. Esa noche hizo dos maletas y se fue.
Después me asaltaron nuevas preguntas filosóficas. ¿Habíamos vi-
vido la misma relación? ¿Había sido real o sólo mi percepción
personal? ¿Cuánto había filtrado sus molestias, su insatisfacción?
¿Por qué no hubo un aviso para saber cuándo nuestras versiones
de la realidad eran ya tan diferentes que se habían vuelto incompa-
tibles?
    En el metro rumbo al Zócalo, viendo pasar la Calzada de Tlal-
pan, la ciudad gris y sucia que ya había olvidado, esos días de ha-
blar con él me parecen muy lejanos. Toda mi vida con él me
parece muy lejana entre los sonidos de electromariachi, gringo-
cumbia y rock en español, de vendedores de plumones, de lámpa-

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