Page 72 - Antologia_2017
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CUENTO

ras y chicles, de conversaciones inalámbricas, entre los anuncios
de las ventanas del metro que aparecen, desaparecen con estática.

    Después de San Antonio Abad, cuando el metro se hunde en la
tierra y entra al túnel, siento que mis calcetines están mojados, como
si el vagón hubiera comenzado a llenarse de agua, nos estuviéra-
mos hundiendo, el lago de Texcoco estuviera reconquistando las
profundidades y hubiera comenzado a colarse en el vagón, pero al
mirar alrededor, no veo nada de agua. La humedad de primavera
desapareció hace varias estaciones, pero los calcetines mojados
me acompañan cuando me bajo en el Zócalo y salgo de la estación.

    Me recibe un clima totalmente distinto, como si la hora de via-
je me hubiera llevado a otro mundo donde el cielo lleva encapota-
do todo el día y sopla un viento helado. Parece que va a llover.
Pero los cambios de clima no tienen nada de raro en la Ciudad de
México, y menos ahora que vivimos en el cambio climático.

    Para ir a mi heladería favorita en Gante, tomo 5 de Mayo. La
última modificación del gobierno fue hacer peatonales las siete
cuadras que van del Zócalo a Bellas Artes. De eso hace unos vein-
te años. Pero por lo demás, la avenida no ha cambiado de las foto-
grafías del siglo pasado, aquí siguen sus edificios coloniales de
piedra negra con sus hileras de balcones y ventanas francesas.

    Camino dos cuadras mirando las fachadas, buscando qué co-
mercios han cambiado, cuáles han desaparecido. La calle está casi
vacía, una pareja camina de la mano, unos adolescentes vestidos
de negro aplauden y gritan mientras intercambian unos lentes de
inmersión; el organillero al fondo está tocando, pero no puedo oír
la música. Estoy caminando hacia él cuando me siento rodeada de
gente, asfixiada entre cuerpos y cuerpos. Camino más rápido para
tratar de escapar de la sensación residual. Tal vez es un momento
del 15 de septiembre o de una marcha o de un concierto que se guar­
dó en la memoria colectiva.

    La sensación disminuye poco a poco. Me detengo en la siguien­
te esquina y observo las tres botargas que caminan hacia mí. Enca-
beza la escena un Mario Bros borracho que se tambalea, detrás de
él un Mickey Mouse brinda con Cri Cri. Nunca me han gustado las
botargas. A Carlos le daba risa mi aversión. Le expliqué muchas
veces que me parecen desagradables porque no puedo evitar pen-

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