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ÚRSULA FUENTESBERAIN

11 de julio de 2014. Hoy cumplí treinta y dos años y desde hace
una semana ya no soy la esposa de Pol.

Divorciar es un verbo que me parece problemático. El diccio-
nario dice que divorciar implica separar cosas que estaban o de-
bían estar juntas.

Si alguien me preguntara si estoy divorciada les diría que sí,
dos veces: una de Pol y otra de mi pierna derecha.

Nací en 1982, el mismo año en que la astrónoma rusa Lyudmila
Karachkina bautizó a un pequeño planeta ubicado en el cinturón
de asteroides entre Júpiter y Marte con el nombre de Gavriil Ili-
zarov, el inventor de la cirugía de elongación ósea, mi primer ci-
rujano.

¿Fue por eso que Svetlan Ilizarov accedió convertirse en mi
segundo tejedor de hueso?, ¿para competir con su padre?

Mi padre me pregunta por qué quiero estresar a mi hueso. Estre­
sar es un verbo que les gusta a los médicos. Le escandaliza que
haya decidido gastar el dinero que me heredó mi abuela en la ci-
rugía y no en el enganche de un departamento. ¿Qué tienen de
malo tus zapatos ortopédicos, Águeda?

Mi madre no entiende por qué quiero ir a Sawmill a operarme.
Como si no hubiera buenos cirujanos en México, dice. Tampoco
entiende por qué no quiero que vaya conmigo. ¿Quién te va a cui-
dar? Vas a estar convaleciente, ¿quién te va a ayudar a bañarte?,
¿quién te va a llevar a tus terapias?, me pregunta y yo le digo que
voy a estar bien, que todo eso está cubierto en el precio de la ciru-
gía. Lo que no le digo es que pagué una suma estratosférica a una
compañía de rehabilitación física por esos cuidados adicionales.

Ninguno de los dos entiende que ya me cansé de ser freak a
medias, que prefiero pasar unos meses siendo un monstruo a to-
das luces (fierros y andar errante incluidos), encerrarme en el ca-
pullo de mi convalecencia y reaparecer transformada.

Quisiera decirles que los freaks tenemos vocación de crisálida.

Pol me encontró acostada en el piso, las piernas en alto apoyadas
sobre dos almohadas gordas.

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