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ÚRSULA FUENTESBERAIN

un par de botas para escalar y una chamarra de plumas de ganso.
¡Felicidades, bebé! ¡Ahora sí se te acabaron las excusas para no
acompañarme en los ascensos! Hoy vamos a subir el Nevado de
Toluca. Después sigue el Iztaccíhuatl y tu graduación va a ser el
Popocatépetl, me dijo sonriendo.

    Cuando vi la cuesta del Nevado, el tercer volcán más alto de
México, la panza se me llenó de algo verde y frío. Pol me dijo,
pisa donde yo pise, y comenzó a escalar. Yo clavé mis bastones
de alpinismo como él me había enseñado y traté de no voltear a
ver las piedras que salían disparadas ladera abajo al romper la
costra de hielo que las mantenía quietas. Mi entrenamiento en el
Bosque de Tlalpan no me había preparado para un cráter tan es-
carpado, y cada paso lo daba temiendo acabar al pie del volcán.
La gente de la zona se refiere al Nevado como “El viejito”, tanto
por el glaciar perpetuo de su cima, como por los cientos de años
que lleva inactivo. Cada vez que enterraba mis bastones entre
sus rocas porosas le decía, si tus huesos ancianos aguantan este
trajín, entonces el mío también, con todo y sus costuras.

    A la mitad del ascenso, mi ropa y mi pelo se llenaron de estática
y mis bastones empezaron a vibrar. Pol se detuvo de repente y me
ordenó que le diera los bastones inmediatamente y que siguiera su-
biendo sin él. Cuando le pregunté porqué, me gritó: ¡Puta madre,
Águeda, haz lo que te digo! Se los di, él los aventó lejos y empezó a
sacar todas las cosas metálicas de su mochila. Al poco tiempo me
alcanzó, me besó y me dijo, eso de allá abajo era una tormenta
eléctrica, siempre hazle caso a tu líder de expedición, bebé.

Debería celebrar que mañana me operan, que ya terminé de insta-
larme y que estoy lista para pasar seis meses en Sawmill: uno de
elongamiento y cinco de consolidación y rehabilitación. Pero aquí
todos los restaurantes son deprimentes, están llenos de viejos o de
lisiados. Así que pedí una pizza y, mientras llegaba, limpié la tina.

    Creo que el olor a desinfectante invoca a Ilizarov, porque otra
vez pensé en escribir una novela sobre él. Imagino que podría
empezar así:

    Gavriil arrojó la bata ensangrentada a un cesto y salió del
quirófano. Trató de liar un cigarro, pero las manos le temblaban

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