Page 129 - Antologia FONCA 2017_sp
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NOVELA

demasiado. ¿A cuántos soldados les había amputado una pierna
o un brazo desde su llegada al hospital de Kurgán ocho meses
antes? ¿A once, doce? El pobre diablo de esa mañana se llamaba
Nikolai, era un muchacho de no más de diecinueve años a quien
Ilizarov había dado de alta un par de días antes. La enfermera le
explicó que Nikolai vivía en un pueblo casi en la frontera con
Mongolia donde no llegaba el tren, de forma que había tenido
que viajar durante más de medio día en caminos que se en­
contraban en condiciones deplorables. En uno de esos violentos
tambaleos, Nikolai cayó del asiento y se golpeó la pierna que
recién estaba sanando después de habérsela fracturado en el
campo de batalla. El cochero vio el yeso ensangrentado del mu-
chacho y no tuvo más remedio que dar media vuelta y volver a
Kurgán. Nikolai regresó a la sala de operación nueve horas des-
pués con la pierna completamente gangrenada.

    Gavriil miró los jardines cubiertos de nieve del Hospital de
Traumatología y Ortopedia de Kurgán, y recordó que estaba a
dos mil kilómetros al noreste de Moscú, en esa horrible provin-
cia siberiana que se le había asignado para hacer su residencia
médica. A pesar de que era 1946, Kurgán seguía atorada en el
siglo pasado, la mayoría de sus pacientes eran campesinos o sol-
dados iletrados a los que había que enseñar hábitos de higiene
básicos como lavarse los dientes. ¿Había hecho bien en renunciar
al negocio de pieles de su padre para estudiar medicina? La ima-
gen heroica del doctor que lo había salvado de la muerte cuando
le reventó el apéndice a los nueve años ahora le parecía ridícula.
Gavriil no se había convertido en un héroe sino en un farsante,
algo peor que los curas que rondaban los cuartos de los moribun-
dos. Al menos la religión brindaba la esperanza de la vida eter-
na, ¿y la medicina?, ¿qué les daba a esos desgraciados? Cuando
mucho, una dosis de morfina.

    El sol septentrional no calentaba ni derretía la nieve, pero al
menos el viento había amainado y Gavriil pudo liar un cigarro de
tabaco oscuro y caminar para tratar de quitarse ese humor de pe-
rros antes de regresar al hospital. Se detuvo a la orilla de un lago
congelado. A lo lejos, un caballo esbeltísimo tiraba de una carro-
za con leña hasta el tope. ¿Cómo podía ese animal tan delicado

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