Page 143 - Antologia FONCA 2017_sp
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NOVELA

    Siguió hurgando entre mis cosas con la certeza de que yo me
había quedado bien dormido. Descubrió unas plumas que pare-
cían finas, pero que eran de plástico; una carta abierta (¿quién
escribe cartas en estos días?), enciclopedias que mostraban sus
pastas decoloradas por el sol, libros de anatomía, un atlas de los
estados del sur, un flamingo bebé embalsamado (horrible, de
pésimo gusto, ni siquiera era del color rosa caribe), cajas y más
cajas, residuos de las múltiples mudanzas, impresoras descom-
puestas, viejas televisiones, una video vhs, un reproductor de
dvd y varias maletas llenas de polvo. Vi en sus movimientos
una ligera decepción. No encontró nada que le pudiera explicar
mejor el raro amor que nos teníamos; si es que algo así era lo
que buscaba.

    Entró al baño, una instalación vieja y hedionda. Se lavó la
cara y las manos. Luego se detuvo en el espejo y a través del re-
flejo se aseguró de que yo siguiera entre sueños.

    –¿Qué estás haciendo, Sonia? ¿Cómo puedes ser feliz junto a
este hombre horrible? –dijo Sonia frente a su reflejo.

    Antes de que saliera de mi casa su mirada se iluminó con algo
maravilloso. Terrones de azúcar envueltos en papel de china. Cien-
tos de terrones de azúcar envueltos de manera individual dentro de
un tazón de vidrio. Ahí estaba el tesoro, instalado en un centro
de mesa junto a una tetera y unas tazas blancas que jamás se ha-
bían usado. Era increíble que el azúcar envuelto de esa forma le di-
jera más de mí que el resto de los objetos que estuvieron en sus
manos.

    Guardó dos terrones de azúcar en su bolso.
    –Adiós, Marcos.
    Salió del departamento y al cerrar la puerta se dio cuenta de
algo importante: había olvidado su impermeable sobre el sillón
de mi sala. Llaves no tenía todavía, así que empezó golpear la puer-
ta, pero con discreción. Podía notar que su intención no era des­
pertarme. Pensando en si me levantaba para abrirle o me quedaba
en la cama, como se debe hacer los domingos, me volví a dormir.
    Me imagino que pronto empecé a roncar y los estertores que
nacían en mi tráquea de ebrio gordo se escuchaban en todo el pa­
sillo del edificio, provocando que Sonia se diera la vuelta para irse.

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