Page 142 - Antologia FONCA 2017_sp
P. 142

ALEJANDRO GARCÍA

normalmente, llega después del amor, pero nosotros no tuvimos
tanto tiempo.

    Sonia estaba radiante y pensaba que hasta ese momento todo
había ido de maravilla, incluso con mis lágrimas.

    El placer de coger hasta el desmayo con un hombre que llora.
¿Qué más quiero?, debía preguntarse Sonia.

    ¿Soy vanidoso por pensar esas cosas? ¿O es pedantería? ¿Qué
me queda, qué me quedaba entonces, con mi gordura que rebasaba
los límites de los asientos de avión, con mi fracaso en el mundillo
teatral a mis cuarenta años y mi falta de elegancia (casi diría inna-
ta), qué más podía hacer sino ser un poco vanidoso? Tengo que pen-
sar que ella estaba realmente encantada por mis lagañas secas, mis
gases fétidos y mi vientre ovalado que recordaba la palabra orbe.

    Ella terminó de alistarse y por primera vez empezó a ver los
objetos que poblaban los estantes, repisas y cajones de mi depar-
tamento. Examinaba como buscando algo: ¿un trofeo? Al parecer
no había algo que le mostrara un valor interesante, algo que, qui-
zá, le permitiera conocerme más.

    Aunque habíamos estado juntos muy poco tiempo, nuestras
geografías corporales ya estaban en la memoria. Las historias del
pasado, en cambio, eran un territorio desconocido; de modo que
Sonia utilizaba cualquier oportunidad para investigar.

    Salió de la habitación y con sigilo entró a mi estudio, que pa-
recía más una bodega dejada en abandono. Miró por unos segun-
dos las fotos llenas de polvo donde aparecían mis papás y mis seis
hermanos; todos tenían un aspecto normal, incluso con aires de
elegancia: excepto yo. ¿Por qué salí así, tan bruto, en extremo pe-
ludo y tan poco refinado?

    Entre los objetos que atiborraban el cuarto observó con aten-
ción un anillo de generación de una escuela preparatoria particular,
una cajita con monedas viejas, ya descontinuadas, y finalmente se
detuvo frente a unos boletos de autobús a mi nombre. Estaban vi-
gentes. Cuando me percaté de que analizaba los boletos fingí que
dormía.

    –¿Mérida? ¿Qué chingados vas a hacer a Mérida, Marcos?
    No respondí. Apenas nos conocíamos, apenas éramos dos; no
le tenía que decir todo, pensé.

                                                                                            143
   137   138   139   140   141   142   143   144   145   146   147