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ALEJANDRO GARCÍA

que en local. Expulsión razonable: aumentaron un 20 % las fla­
tulencias que vaticinan el alumbramiento de la mierda; en lugar
de dos macizos fueron cuatro y menor tamaño. El color palideció
y se aprecian breves grietas en las estructuras ovoides.

    Martes: (por algún extraño motivo fue difícil conseguir carni­
tas en martes) Mercado de la Merced. Calificación 5.2. Todas las
variedades pero sólo había dos en realidad. Secas como la chin­
gada o grasosas como nariz de adolescente. Sólo me entraron
tres de maciza. La expulsión empieza a sufrir los estragos del
cerdo, creo. Esfuerzo medio con un leve indicio de dolor anal en
el último esfuerzo, gas al 70 % (previo y durante el evento), color
cada vez más pálido cadáver y olor penetrante, de esos que aro­
matizan hasta el pelo de la cabeza. Tengo la extraña sensación
de que la ausencia de verduras empieza a ser un peligro.

    Miércoles: Mercado de Jamaica. Calificación: 9.5. Aunque sólo
había maciza, surtida y chicharrón (ya llegué tarde) la relación
entre grasa, humedad, salinidad, textura, sabor y precio era per­
fecta. Estuve dos horas entre campechanos y cerveza. El baño
del mercado, como el de todos los mercados, era un horror, pero
ni modo, quería seguir comiendo. La expulsión sigue siendo difi­
cultosa, aunque sólo de recordar lo jugoso de la surtida, pujé sin
cobardía. El gas ha disminuido aunque persiste antes y durante
la evacuación. El pastelito cada vez está más fragmentado, como
lodo muy seco y resquebrajado. Perdió su forma de torpedo y
ahora parece más masa para galletas de cocoa. Sorprendente­
mente el café oscuro prevalece. Durante el día hay dolor abdo­
minal, eructos contundentes y empieza algo de gastritis (la salsa
verde estaba mortal).

    Jueves: Las famosas de la colonia Moctezuma. Calificación 9.
Quizá soy subjetivo; tengo que volver a este sitio porque los es­
tragos del día anterior provocaron que después del séptimo taco
me tuviera que ir. El baño estaba fuera de servicio y requería
excretar aquello. Llegué a los baños públicos de afuera del metro
y tras pagar mis cinco pesitos desquité con creces. Compadezco
al pobre muchacho que fuera a limpiar aquello. Del esfuerzo por
desalojar pasé al esfuerzo por contener. Algo en la salsa verde
del día anterior no iba bien y la descarga, como truenos en

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