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EFRÉN ORDÓÑEZ GARZA
Mantuvo la mirada fija en mis ojos. Por supuesto, no se le veía
presto a las bromas ni le hallé la intención de tolerar ironías. Du-
rante las pausas comencé a armar una lista mental de los posibles
responsables de la broma, pero como decía nada, seguí hablando.
Bueno –ya de plano me puse serio–, ¿cómo lo encuentro?
Luego de unos segundos más de mutismo sacó tres sobres, me
los presentó en abanico, y sugirió que los abriera hasta haberlo
perdido de vista. Llevaba un anillo en cada uno de los dedos
regordetes.
El primero trae un adelanto; el segundo, una dirección; el ter-
cero, cinco fotografías del blanco. Estamos correctos, ¿sí?
Sí, y puedo empezar con el adelanto, despreocúpese.
Apenas terminé la oración, se levantó, me ofreció la mano y,
antes de dar la media vuelta, dijo:
Claro que puede arrancar con eso. La forma en que lo haga es
lo de menos, confiamos en su creatividad, en su imaginación...
trabaja con ella, ¿sí? Seguro que en alguna de sus historias, en
más de una de sus “aventuras” –otra vez quiso madrearme–, ha-
brá dilucidado las posibilidades para la mejor manera de resolver-
lo –dibujó una mueca en su rostro–. Después me dijo: Tiene un
mes. No más.
A través del ventanal lo vi alejarse. Esperé a que doblara la
esquina y, luego de perderlo de vista, abrí el primer sobre, saqué
un fajo de billetes de mil pesos e inmediatamente los guardé en el
saco. En la cafetería nadie se dio cuenta. Dejé el segundo de lado,
volví la mirada a la esquina vacía, y abrí el tercero. Encontré una
foto en blanco y negro: en el centro del cuadro un hombre rodea-
do de cuerpos desenfocados que avanzan con rumbos contrarios,
con el rostro de lado, lentes gruesos, de unos veinticinco años
–aunque tan desgarbado que se veía más cercano a la treintena–,
de pelo negro y barba trasquilada; fuma un cigarro, de pie frente
a las puertas metálicas de un edificio de paredes descascaradas; a
su derecha, un guardia tripón de bigote hirsuto le pide largarse
con la mirada; el tipo mantiene la vista al frente, como si supiera
de la cámara sobre él, aunque el objetivo de su mirada no es la
lente que lo encuadra, sino algo ubicado detrás de ella, porque
la mirada parece elevarse por encima de la línea imaginaria que
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