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Daniel Saldaña París

                      Verano del 94

                           “Yo también tuve un verano y me quemé en su nombre.”
                                                                         Antonio Porchia

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Teresa se fue un martes al mediodía. No recuerdo exactamente
qué mes era, pero debía ser finales de julio o principios de agosto
porque mi hermana y yo seguíamos de vacaciones. Yo odiaba
quedarme al cuidado de Mariana, quien me ignoraba sistemática-
mente durante todo el día, encerrada en su cuarto y con la música
puesta a volúmenes que incluso a mí, un niño de diez años, me
parecían insensatos. Por eso resentí el hecho de que, ese martes,
mi mamá se levantara de la mesa al terminar la comida y anun-
ciara que iba a salir. “Cuida a tu hermano, Mariana”, dijo con aire
seco, monótonamente. En general ella hablaba siempre así, sin
modular apenas, como una computadora que da instrucciones o
una persona en el espectro del autismo. (Ahora a veces me da por
imitarla: recuerdo o hago un esfuerzo por recordar esa voz neutra
y distante y ajusto mis cuerdas vocales al recuerdo.)

    Teresa, mi madre, se despidió de mí dándome un beso en la
cabeza, y luego de Mariana, que recibió el beso en la mejilla sin
inmutarse ni devolverlo. “Cuando llegue su papá le dicen que hay
una carta para él en el buró”, nos dijo desde la puerta, en el mis-
mo tono robótico. Luego salió y cerró con llave. No llevaba más
que su bolsa; la bolsa de cuyo tamaño se burlaba mi padre cada
vez que salíamos: “¿Qué tanto llevas ahí? Parece que te vas a ir de
campamento”.

    Esa noche llegó mi padre y leyó la carta. Luego se sentó con
nosotros en la sala (mi hermana estaba viendo videos musicales

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