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DANIEL SALDAÑA PARÍS

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La rana, en teoría, era una de las figuras más sencillas del origa-
mi. Se ubicaba, según mi libro, en el nivel “principiante”, y era
la segunda figura cuyas instrucciones se detallaban, después tan
sólo de la garza y de las más generales indicaciones sobre cómo
realizar los dobleces básicos. Las mías, sin embargo, parecían
ranas atropelladas por un coche, en una carretera federal, tras
una noche de lluvia. Esto yo no lo sabía entonces, porque no ha-
bía visto nunca una rana muerta en tales condiciones, pero la
vida se encargaría de dibujar esa comparación a la que ahora
acudo.

    El lunes, casi una semana después de la desaparición de Tere-
sa, hice, o intenté hacer, cuatro ranas con los papeles multicolores
que acompañaban mi libro de origami. Parcialmente frustrado
por los resultados, leí un capítulo de mi libro de “Elige tu propia
aventura” y después, harto del encierro y el silencio en los que
habían transcurrido los últimos seis días de mi vida –y, más im-
portante aún, de mis vacaciones–, decidí salir a caminar a “las
canchas” de la colonia.

    Mi padre me concedió el permiso distraídamente. En vista de
la partida de Teresa, se había tomado las brevísimas vacaciones
que cada año le concedían en el banco, y se pasaba los días ence-
rrado en su cuarto, sentado ante su escritorio (en un rincón de la
enorme habitación que él había bautizado como su “estudio”) o
bien en la sala, mirando fijamente la televisión apagada. Me aso-
mé a la puerta de su recámara y le dije que iba a salir a jugar fut-
bol. Era un pretexto inverosímil, que inventé por explotar un poco
aquella complicidad que nos había unido mientras veíamos la re-
petición de la semifinal Suecia-Brasil, pero él no mostró interés
alguno ni me felicitó por la iniciativa: parecía ocupado en la re-
dacción de algún documento, sentado frente a la pantalla negra y
las resplandecientes letras verdes de la computadora (nuestra pri-
mera computadora, que él mismo había comprado pocos meses
antes y que tanto mi hermana como Teresa y yo, en contra de sus
cálculos más entusiastas, habíamos ignorado olímpicamente des-
de el primer día).

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