Page 161 - Antologia FONCA 2017_sp

NOVELA

anómalos de sus padres: escapismo, secretos, súbitas fugas en mi-
tad de la noche.

Las cosas malas, creía yo a mis diez años, en general suceden
los martes. (Ahora que soy un adulto que rara vez sale de su cama,
sé que las cosas malas suceden cualquier día, e incluso diario.)
Ese martes podía haber muerto mi abuelo. No era una idea del
todo descabellada. Quizá Teresa lo estaba enterrando en ese mo-
mento. Me la imaginé cavando una tumba, con su falda favorita
toda manchada de tierra y las uñas negras, como cuando yo juga-
ba en el parque. Teresa me regañaba siempre cuando, acuclillado
entre los arbustos, cavaba fosas con las uñas y me ensuciaba todo.
Pero, ahora que recuerdo, no me regañaba exactamente por ha-
berme ensuciado, sino porque decía que entre los arbustos vivían
las ratas y podían morderme. Quizá mi mamá estaba enterrando a
mi abuelo en el parque, con la falda manchada y las uñas negras y
el temor a las ratas en suspenso mientras terminaba la pesarosa
tarea.

Hice una pausa en mis investigaciones para considerar mis
avances. Algo no cuadraba. Si mi abuelo había muerto, ¿por qué
habría dejado Teresa una carta? Cuando mi hermana se machucó
el dedo con la puerta del coche, un año antes, Teresa le había
mandado un mensaje al bíper a mi papá antes de arrastrarnos, a
Mariana y a mí, al hospital más cercano (donde la mirada perdida
de una anciana en una sala de espera me infundió un miedo pro-
fundo y primigenio, casi animal, que nunca pude sacudirme por
completo). Si mi abuelo había muerto, lo normal y esperable hubie-
ra sido que Teresa, como entonces, le dejara a mi padre un men-
saje de bíper o un recado con su secretaria del banco. En cambio
se tomó el tiempo de escribir una carta, que yo debía leer si que-
ría entender los motivos de su partida.

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El primer recuerdo que tengo, el más antiguo, es éste: yo tengo
cinco años y camino tomado de su mano. Mi hermana no viene
con nosotros aquel día. Teresa y yo caminamos por el pasillo ex-

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