Page 163 - Antologia FONCA 2017_sp
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NOVELA

ni me metiera al cuarto de Mariana a revolver sus cosas (activi-
dad que ya alguna vez había generado mayúsculos conflictos).

    En cuanto oí que se alejaba el ruido del Tsuru dorado de mi
padre, me acerqué con innecesario sigilo a la puerta de su cuarto,
dispuesto a robar la carta de Teresa. La puerta se abrió con su ca-
racterístico rechinido, y sentí con particular violencia los seis lati-
dos que mi corazón alcanzaba a dar entre cada uno de mis pasos
en dirección al buró. Pero tanto prolegómeno de angustia resultó en
vano: el cajón de la mesita de noche de mi padre contenía nada
más su pasaporte, unas cuantas monedas, las llaves de su oficina
y sus lentes de lectura, que nunca usaba porque decía que lo ha-
cían parecer un idiota –lo cual era un poco cierto–. Esculqué en-
tonces el tocador, el clóset (procurando dejar todo en el mismo
orden) y el buró del otro lado de la cama, el de Teresa, donde sólo
hallé unos collares, una libreta de direcciones y mi última boleta
de calificaciones (que Teresa me había celebrado con su voz de
autista). La carta no estaba por ningún lado.

    En vano consulté mi libro de “Elige tu propia aventura” en
busca de sugerencias o ideas para proseguir con mis investigacio-
nes. El misterio de la desaparición de Teresa se presentaba como
un origami irresoluble: una serie de diagramas confusos que no
sabía interpretar yo solo. La carta, pieza que prometía revelarme
el secreto de la trama, había desaparecido también. Todo parecía
estar desapareciendo.

    Derrotado, esperé en mi cuarto a que mi padre regresara car-
gado con bolsas del súper y varios tuppers de comida hecha
(arroz, milanesas, tortitas de papa, frijoles, ensalada de nopales,
agua de jamaica). Puesto que sólo éramos nosotros dos (Mariana
seguía en casa de su amiga), mi padre aceptó que comiéramos en
la sala, sobre la mesita de centro –yo en el suelo y él sentado en el
sillón–, mientras la tele transmitía una repetición de la semifinal
de la Copa Mundial de Futbol (Suecia vs. Brasil), que unas sema-
nas antes había cooptado todas las conversaciones, además de la
atención indivisa de mi padre. A mí me tenían sin cuidado las
proezas de Romário y Bebeto, lo cual me aislaba considerable-
mente del resto del mundo, pero me acercaba un poco más a Te­
resa, quien odiaba el futbol y en general los deportes. Mi padre,

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