Page 169 - Antologia FONCA 2017_sp
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NOVELA
póster de propaganda electoral: una cara sonriente –y en el fondo
amenazante– mirando a los peatones y a los automovilistas desde
su fijeza plástica, desde su amabilidad torpemente fingida.
Dejé el periódico sobre la mesa de centro de la sala y tiré mis
tenis, como era mi costumbre, por el pasillo. Exploré la casa ve-
lozmente y constaté que mi padre había salido. Seguramente le
había dicho a Mariana a dónde iba, encomendándole la misión de
comunicármelo, pero mi hermana hablaba por teléfono encerrada
en su cuarto (unos meses antes le habían concedido el capricho, a
mi entender injusto, de tener su propio teléfono ahí dentro) y vi la
oportunidad de husmear de nuevo en la recámara de mis padres,
para ver si la carta o alguna nueva e insospechada pista le insu
flaba un nuevo aire a mis investigaciones, que para entonces lan-
guidecían.
El cuarto de mis padres estaba siempre en semipenumbra, con
las gruesas cortinas invariablemente corridas y la luz marchita
de la lámpara de lectura de Teresa perpetuamente encendida.
Recuerdo que vi, sobre el buró, el perrito de porcelana que mi
abuela le había regalado a mi mamá poco tiempo antes, y que
mi padre había criticado con sorna bobalicona durante varios
días. Era uno de esos perros de caza, con las orejas largas, tumba-
do en posición de descanso y con los grandes ojos mirando hacia
el cielo con lograda ternura. Debajo del perro, doblada y desdo-
blada varias veces –como mis fallidas ranas de origami– había
una hoja en la que quise distinguir, aún antes de acercarme, la
elegante calig rafía de Teresa, que alargaba las eles y las tes hasta
que casi se confundían con los palitos de las cus y las jotas del ren-
glón superior. Me acerqué tembloroso hasta la hoja y, desplazando
con muchísimo cuidado el perrito de porcelana, leí una línea al
azar: “sé que no tiene sentido que te explique por qué tuve que
irme a Chiapas, pues no lo entenderías”. Pero antes de que pudie-
ra seguir leyendo escuché la puerta de la entrada abriéndose, y la
voz de mi padre anunciando, fingidamente jovial, que había ido a
rentar unas películas al videocentro.
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