Page 25 - Antologia FONCA 2017_sp
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CUENTO

de muchachas. A las morras de acá del norte les sorprendía y cos-
taba trabajo entender que soy mexicana, tan negra como mexica-
na. ¿Cómo crees? Se imaginaban que mi amá había engañado a
mi apá con algún rapero gringo, y que por eso salí mulatita o que
alguna negra me había abandonado en la playa hasta que mi fami-
lia me adoptó. N’ombre, si yo soy más mexicana que los nopales,
mexica negrita. Brown Sugar, me decían los gringos que me com-
praban pescado envarasado, en-vara-asado.

    La frontera no es lo que una piensa ni como la platican. La
frontera es un monstruo, una fiera ansiosa de tragar. Y no tiene
llenadera: se alimenta de trabajo, sexo, drogas y mujeres; pero
eso yo no lo sabía. A mí nomás me dijeron que en Juárez había
trabajo: en las fábricas y maquiladoras, y aunque el ambiente es-
taba bien perrón, la pura pinchi party loca todos los días, y pues
me le dieron cuerda al coco.

    Yo no le avisé a nadie: nomás un día agarré y me fui a las vías
del tren, agarré vuelo y con mis sueños me vine hastaʼcá. Juárez
es un rancho gigante, me cae. Un rancho con sombrerudos por
todas partes, trocas que una ve y dice, este men es narco, a huevo
que sí. Y botas colgando en los cables de luz. Cada rancho exhibe
su calzado: allá en la costa las chanclas; cuando pasé por la pro-
vincia colgaban tenis, y acá avientan las botas vaqueras, qué cura.
Las personas somos bien botanas. Pero acá en la frontera también
se cuelgan cruces rosas, en memoria de las muertitas de Juárez y
hay más carteles de morritas desaparecidas que bailes, eso me di-
jeron. Mala suerte la mía, yo que vine buscando bailes me encon-
tré con un desierto cabrón que se devora a las mujeres, que las
hace pedazos, que las desaparece, que se las traga. Nadie sabe,
nadie supo. Pero a mí nadie me cuenta las muelas.

    En la bestia conocí a una colombiana bien bacana. Tría un
chingo de cumbias en su celular y las escuchábamos juntas paʼ pa-
sar el rato: ella me compartía un audífono, y cuando la velocidad
bajaba y el terreno no estaba tan serreño bailábamos; sí, sí arriba
del vagón, burlando a la muerte. Al final de cuentas ya cruzando
medio México en un tren, por la ruta de la muerte, ya la medio an-
dábamos burlando. Cuando digo esto recuerdo que la colombiana
y yo bailábamos bien sabroso, pura cumbia, bien bonito, como

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