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DAHLIA DE LA CERDA

zarme. Me mordieron los senos. Me soltaban y yo corría con
todas mis fuerzas, pero eran más rápidos y más fuertes que yo.
En cuanto uno me alcanzaba, me agarraba del cabello, me tiraba
a la arena y me pateaba, en la cara, en el pecho, con saña.

    Yo había oído muchas cosas, que usaban a las morras para ha-
cer pornografía sádica o ritos satánicos para gringos aburridos.
No, la neta no. A mí no me grabaron, no eran gabachos, eran va-
tos mexicanos; podría ser tu primo o mi papá, normales, no ju-
niors ni extranjeros. No sé por qué lo hacen, no lo sé, pero hay
algo de lo que sí estoy segura: que lo disfrutan. Ellos gozaban al
verme llorar y suplicar. Se les veía en los ojos, en sus gemidos.
Mal nacidos, culeros, malditos. Jugaban a asfixiarme con un palia-
cate rojo, y cuando ya veían que andaba en mi último aliento me
soltaban, y luego a chingarme otra vez.

    No sé cuántas manos y por cuántos pitos y horas pasé, pero yo
estaba muy jodida, madreada, moretón sobre moretón, quemada
sobre quemada, golpe sobre golpe. Me violaron con sus asquerosas
vergas, con un objeto metálico y con sus dedos infectos. Cuando se
aburrieron y me dieron por muerta me dejaron tirada en la mitad
del desierto.

    La oscuridad se hizo poco a poco clara: abrí y los ojos y lo vi:
parado junto a mí. “Ya vino la muerte y para acabarla de chingar
es vato”, me dije. Pero no, no, no era la muerte. Me di cuenta que
no era la pinche muerte porque me pegó un tremendo mordidón
en el cuello. Sí, una mordida. Me cargó en su lomo y ya no supe
de mí.

    Tuve fiebre o algo peor. Quizá me morí y reviví, pero durante
mi alucín, valga la rebusnancia, tuve varias alucinaciones; no,
más bien varios recuerdos. Me acordé cuando mis carnalitos y yo
éramos morrillos y nos dio por orinarnos en la cama. Bien caga-
do, no sé por qué me acordé de eso o por qué lo soñé más bien,
pero nos dio un tiempo por andar de miones. Estábamos sincro­
nizados, nos orinábamos al mismo tiempo, bien paranormal. Mis
papás hicieron de todo, pero nada funcionó. Nosotros hasta idea-
mos estrategias pipiosas y nada, nada, nada. Al final a mi papá no
le quedó otra que bañarnos en la mañana para que no fuéramos
todos hediondos a la escuela.

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