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CUENTO

que me pasó?, ¿a poco yo lo estaba buscando? ¿Tú crees que yo
lo iba andar buscando si durante una semana de viaje burlé a la
muerte bailando cumbias? No, miʼjo.

    Lo más cagado del asunto fue que cuando me mataron, ¿o no
me mataron? Yo ni siquiera andaba en el cotorreo. Ese día recuer-
do que me puse una blusa de los Tigres del Norte porque tenía
flojera. También me puse una falda negra hasta la rodilla y unos
tenis tipo conchas; bien ridícula, ya sé, pero tenía dos meses sin
descansar porque andaba guardando dinero para comprarme un
celular y para el área vip del baile de Intocable, y no tenía ganas
de arreglarme. Andaba ahorrando, metida en cuatro tandas. En-
tonces me fui en el autobús de la fábrica para que me arrimara a
la ciudad y de ahí no me saliera tan caro. Pero algo salió mal, ca-
rajo, condenadamente mal.

    Cuando subí al autobús iban otras diez morras, pero poco a
poco se fueron bajando hasta que me quedé sola con el camionero
¡ay, Dios mío!, lo recuerdo y me sudan las manos que se convir-
tieron en mar: sudaban, sudaba mucho, yo estaba muerta de mie-
do, de nervios. En mis audífonos sonaba el Poder del Norte, la
voz nasal del vocalista no lograba distraerme de mi paranoia, ¿o
era un mal presentimiento? No supe ni a qué hora el camionero,
maldito perro, cambió de ruta. Empecé a rezar, le pedí a Dios que
sólo fuera a cortarle, a tomar una veredita para no rodear pero no,
de pronto no vi nada, sólo oscuridad y desierto. ¡Ya valió verga!,
pensé. Ya valió.

    El pánico se apoderó de mí y empecé a gritar que me bajara,
que a dónde chingaos me estaba llevando, que, por su pinche ma-
dre, que por sus putas hijas no me hiciera daño. El ojete sólo se
reía. Paró el autobús. Yo iba hecha bolita llorando, llorando mu-
cho, maldiciendo. Escuché que bajó del camión, pude ver las lu-
ces de una patrulla: grité más fuerte, les pedí ayuda, les supliqué,
pero los culeros se hicieron los sordos y lo dejaron seguir su ca-
mino. Nos perdimos en el desierto. Dio tremendo frenón. Abrió la
puerta y subieron otros cuatro culeros. ¿Quieres que te lo cuente?

    Me violaron, entre los cinco. Se turnaban para violarme. Me
amarraron las manos y los pies. Me quemaron con cigarros, me
golpearon hasta que se cansaron. Me soltaban y jugaban a ca-

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