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CUENTO

súper poderes jamás detuvo a los asesinos, o los mató o les hizo
algo. Me dijo que estaba esperando una mujer que pudiera hacerlo.

     El morro, bien paciente, me acompañó por todo Juaritos a
comprar mi falda de mezclilla, mi playera de los Tigres y mis
conchas. Vi mi rosto pegado en un poste. Decía: “Se busca”. Me
dio harta tristeza imaginarme a mi familia buscándome, a mi tía
contando los días. En ese momento ya eran seis meses sin que na-
die supiera de mí, si vivía o moría. Me ganó la tentación y le di-
buje un globo de historieta a uno de los carteles: “Me la pelaron,
estoy viva y me los voy a chingar”. El charrito me miró con una
sonrisa con la que jamás lo había visto sonreír.

    Entré a un baño público, me puse mi playera de los Tigres, mi
falda y mis tenis, me pinté la boquita de rojo. Me miré al espejo y,
aunque no vi mi reflejo, sabía que era yo misma; la que salió de la
maquila aquella madrugada, la misma aunque muerta y expulsa-
da por el desierto, no devorada, me vomitó a la chingada. Sonreí.
Salí del baño y sonaba el grupo Cañaveral. Me detuve para bailar,
bailar como bailaba con la colombiana arriba del vagón de la bes-
tia; era ese momento en que te burlas de la muerte mientras no la
burlas, pero tú crees que sí.

    El Charro Negro me acompañó a la parada del autobús. Reco-
nocí de inmediato el número 495. El camión detuvo su marcha,
subí en grupo junto con otras morras y el camionero ni me notó.
Me senté al final, lo suficientemente escondida para que no me
viera bien, pero no tanto para que supiera que ahí iba. Tuve un
déjà-vu. Desvió su camino, se detuvo con una patrulla. Agarró
camino por el desierto, frenó. Se subieron los otros cuatro. Salí a
su encuentro, uno de ellos me reconoció de inmediato: mi playera
de los Tigres y mi pelo afro me delataron: “¿es una broma, pende-
jo?”, le dijo al conductor. No les di tiempo de decir nada, nada.
Me acerqué poco a poco, vi sus caras de pánico: uno de ellos se
orinó encima de la impresión, pinche idiota les gusta llevarse,
pero no se aguantan. Tenía miedo, el cuerpo tiene memoria, pero
me lo tragué. Sonreí enseñando mis colmillos afilados.

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