Page 84 - Antologia FONCA 2017_sp
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CARMEN AMAT
Sí, la poeta española firma sus poemas con mi nombre y llega a
conclusiones contrarias a las mías. ¿Somos la oposición del nombre
de la otra? Tendré que esperar a que me responda el e-mail.
Mientras, me he estado preguntando por qué hay otrxs a los que
no soy igual, ni siquiera en derechos civiles.
Recientemente, hice un viaje en camión desde la península de
Yucatán hasta el valle de México. Es un recorrido de 1 300 kiló-
metros, que comparte una parte de su trayecto con ese otro, mucho
más difícil, que lxs migrantes indocumentadxs hacen al atravesar
México para llegar a Estados Unidos. En la parte del viaje que co-
rresponde al estado de Veracruz —uno de los lugares más difíciles
de la ruta migratoria—, el chofer paró para que subiera pasaje. Yo
tenía el asiento del pasillo, y el de la ventanilla, que había estado
desocupado desde el inicio de mi itinerario, fue tomado por un
muchacho moreno con facciones que me parecieron foráneas, y
que llevaba por equipaje una penca de plátanos y una papaya. El
autobús reinició el recorrido, pero una hora después paró de nuevo,
en esta ocasión a media carretera. Subieron una mujer y un hombre.
Portaban al cuello credenciales lo suficientemente pequeñas como
para que no fuera posible reconocer a simple vista a qué institu-
ción pertenecían. De manera aparentemente aleatoria pidieron que
algunos pasajeros levantaran la cara. A la altura de mi asiento hi-
cieron un alto y quisieron saber mi nombre y el sitio en que nací.
Contesté que era de Valladolid. La mujer no me creyó, porque pre-
guntó de manera prepotente —con el tono de quien cree que le
están haciendo perder el tiempo— si yo sabía dónde estaba Valla-
dolid. Respondí imitando su tono: “En Yucatán, a menos de que lo
cambiaras de lugar en el mapa”. Exasperada de mí, reparó en el
pasajero a mi lado. La siguiente pregunta fue si el muchacho y yo
viajábamos juntos. Respondimos al unísono que no. El tono dulzón
de su voz atrajo la atención sobre el acento del chico, que lo delató
fuereño, y el círculo de preguntas volvió a iniciar. Cuando pidieron
ver una identificación, él titubeó. La mujer entonces le pidió que
bajaran del autobús y ninguno de los tres volvió a abordarlo. Des-
pués de unos minutos, el chofer cerró la puerta de la unidad, y
arrancó. El resto del trayecto lo hice al lado de la incertidumbre
y las frutas olvidadas sobre el asiento.
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