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ENSAYO CREATIVO

de los estadounidenses hacia los inmigrantes: una comunidad de
ardillas quedó separada cuando el Gran Cañón surgió de la tierra;
después de algunas generaciones, los descendientes dejaron de re-
conocerse y conformaron grupos de ardillas distintos.

    Aún quiero explicar algo más referente a estas ideas de nues-
tro simulacro de ensayista. Que el lector perdone el siguiente des-
vío, pero me es imposible pasar por alto la treta que hizo aquí. Él
aludió rápidamente a una “edad dorada” en que los hombres de
todo el orbe estaban hermanados por la misma lengua y rondaban
“libres y armónicos”. Hacina de palabrejas mal informadas.

    Cuando nuestro escritor buscó información para avalar sus ar-
gumentos, se enteró de que este momento en la historia de la
humanidad no es considerado como un hecho histórico por los
economistas, los sociólogos, las teorías evolutivas o por la histo-
riografía contemporánea. Esta “época dorada”, en la que se creyó
firmemente hace algunas centurias, y que desencadenó procesos
culturales importantes como el Romanticismo, en el siglo xxi es
considerada una invención del pensamiento del xvi, cuyo único
legado es la certeza de que la esfera política y el común acuerdo
no nacen automáticamente de la mera convivencia entre los seres
humanos “libres”, que rondan un territorio basto, rico y abundan-
te. Ni siquiera entre los que hablan la misma lengua –lo que po-
dría hacer pensar que al menos esos sujetos tienen la posibilidad
de entenderse y podrían convenir acuerdos para el bienestar de
todos. No hay alguna evidencia física de esta supuesta bondad
natural del corazón humano. De hecho, las evidencias apuntan a
lo contrario.

    El genetista André Langaney declaró hace tiempo, hablando
precisamente sobre el concepto de “época dorada”, que “la facul-
tad humana más desarrollada en todas las sociedades, en todas
las culturas, es la voluntad de atacar al vecino y quitarle lo que
posee”.

    La idea del “acuerdo” (lo mismo que la de “época dorada”)
tiene, como todo lo que es ideal, bastante de verosímil, pero mu-
cho de ficticia. En su calidad de ficción, la política como la lite-
ratura surgen de la misma necesidad humana: la resolución de
problemas cotidianos, como el desacuerdo, que requiere una di-

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