Page 80 - Antologia FONCA 2017_sp
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CARMEN AMAT

    Además, la frontera artificial –la que divide los Estados na-
ción, por ejemplo– es un invento relativamente nuevo. La palabra
en español, introducida al idioma en el siglo xii, nos viene del ad-
jetivo francés frontier, que significaba, en ese entonces, más bien
algo a lo que se hacía frente y no tanto un espacio limítrofe.

    De cara a los doscientos mil años que llevamos rondando la
tierra, lo que ha sucedido desde el siglo xii hasta la actualidad, re-
presentan apenas un puñado de instantes, unos cuantos pasos tor-
pes en medio de la carrera hacia la extinción de nuestra especie.

    Aunque la frontera artificial tuvo antecedentes importantes,
su uso no se sistematizó a lo largo del globo terráqueo sino hasta
el siglo xix. El tiempo pues, verdugo último de la piedra, logró
que la separación geográfica del primer grupo humano se convir-
tiese en el límite lingüístico de los siguientes, y el límite lingüísti-
co, a su vez, terminó por distinguir entre iguales: el individuo se
enraizó en el idioma, el idioma en la identidad, y de la identidad
individual al surgimiento de los Estados nación hay tan sólo unos
cuantos pasos distraídos más.

    Para avalar su origen, el naciente y artificial Estado recurrió a
actas que lo certificaran –como hoy sucede con los documentos
que validan la existencia, las capacidades o la muerte de un indivi-
duo (sinécdoques y aval de la existencia por igual: el acta de naci-
miento, el pasaporte, el certificado de estudios y el de defunción).

    Así, de ser el terreno físico la frontera primera entre los hom-
bres, por extensión semántica, la misma palabra pasó a desig-
nar otras conceptualizaciones del ingenio que impiden también el
movimiento de los cuerpos. En este sentido, el concepto de “iden-
tidad” es el último eslabón en la cadena de abstracciones. La
identidad es una frontera. Poseer una cerca a quien la porte: im-
posibilita el acceso de lo que está afuera y restringe la salida al
exterior del territorio al que le pertenecemos –según señala el se-
llo de cada uno de nuestros pasaportes. Las montañas infranquea-
bles han dejado de ser accidentes naturales, ahora se imprimen en
pliegos de papel plastificado. [No sé qué piense el lector de estos
párrafos, pero a mí el ensayista me recordó a Salma Hayek en
Fool’s rush in, cuando su personaje le cuenta a otro el mito sobre
las ardillas del que su padre echaba mano para explicar el rechazo

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