Page 39 - Antologia_2017
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DANIEL MOSQUEDA

    Ahora pienso en las cosas que me llevaron a declararle mi amor,
o atracción, por ella. Comienzo a intentar analizarlas objetivamen-
te, a ponerlas en duda, a cuestionarlas. Busco el peor escenario en
la realidad, sin fuego ni dragones, sin corazones rotos, con el vacío
que deja la felicidad. Pensé en la foto que me envió de un puesto
con un montón de libros desordenados con un costo de cinco pe-
sos, cualquiera. Una foto que llegó fuera de conversación, por
record­ ar mis intereses, por acordarse de mí al ver todos esos textos
sin orden, sentido, cuidado, cuerpos inertes sin objetivo. Era la se­
gunda foto que me mandaba, la segunda vez que enviaba la foto-
grafía de un lugar que visitaríamos, que reconocía el terreno en el
que deambularíamos por la noche. Desde un artículo que leí hace
tiempo considero otra señal el aumento en la frecuencia en las
conversaciones, pero a decir verdad soy una persona que habla
poco con la gente, y cualquier cruce de palabras al día, a los tres
días, a la semana, podría ser considerado así. Tampoco me he pues­
to a pensar si soy yo quien las inicia y ella sólo responde. La pri-
mera señal que tuve quedó descartada cuando se sorprendió por lo
que pasaba entre nosotros, la noche de la confesión. Ésta era el
hecho de esperarme media hora la primera cita, una cita en la que
sólo la entrevistaría por mi interés en su vida llena de viajes y
mundos, en los cafés lejanos e inaccesibles para mí. Aquella noche
llevaba el auto y me costó encontrar estacionamiento. Una vez
encontrado tardé algo más en regresar al punto de reunión donde
ella me esperaba con cara de enfado y los brazos cruzados, pero
me esperaba. Esa noche le tomé la mejor fotografía que tengo de
ella, donde su perfil recorta un cielo estrellado. Viendo esa imagen,
mi forma de mirarla, me dí cuenta de que comenzaba a gustarme.
La subjetividad parece ser el factor común en las señales, pero debe
ser así en el amor. Otras señales podrían ser esos abrazos de despe-
dida en que parecía no querer soltarme, que sentía duraban más de
lo normal, en los que percibía su perfume y esperaba terminar sin-
tiendo sus labios. Después del primer abrazo, la primera despedi-
da, pude sentir un beso en la mejilla que se acercaba a mi
comisura labial. Esa fue la primera vez que sentí ganas de besar a
alg­ uien en mucho tiempo.

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