Page 40 - Antologia_2017
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CUENTO

Siete

Hoy termina la semana convenida. Los días que han pasado se han
teñido de un tono gris por el humo de los cerros que arden tras la
sequía de primavera. Ha sido un invierno falso que todo lo impreg-
na con aroma a leña. El viento sopla, las hojas y aves mueren a la
par, los atardeceres se debaten entre el anaranjado del fuego y el
violeta del cielo. Pese al siniestro, el aire se siente frío, el ambiente
nebuloso hace parecer que todo es un sueño, un recuerdo, fantas-
mas por desaparecer. Ha pasado una semana, espero una señal de
ella, un aviso, una indicación, algún punto de reunión, la respuesta.

    Voy a la camisa y busco su aroma. La sutileza de la fragancia
es tal que bien podría confundirse con goma de mascar sabor a fru­
tas. Me tiro en la cama mientras espero, mientras mi corazón co-
mienza a golpear las paredes del pericardio, de los pulmones, del
tórax, cada vez con mayor intensidad y frecuencia. Me tapo el ros­
tro con la camisa, me aislo del mundo con los restos de su perfume
y estoy listo para dejar salir los recuerdos, para vivir un último
momento junto a ella.

    Mi vista al frente en el parabrisas, las manos en el volante. Los
autos que no dejan de circular pese a ser de madrugada. Ella me
mira expectante, no puedo ver la posición de sus manos o sus pier-
nas, sólo su rostro en una clara expresión de sorpresa previa a la
declaración, un rostro que se mantiene así, hasta que giro a verla,
hasta que ella mira el frente y me dice que no se esperaba aquello.
Yo vuelvo la vista al frente y le digo que no importa, ella continua
con un monólogo que parece ensayado, que parece no escuchar-
me, no lo esperaba, no era una declaración, fue sólo una confe-
sión, me gustas, una frase tímida que sube de volumen y cobra
seguridad cada vez que se repite, me gustas, ella no sabe qué decir.
Le pido un abrazo y nos enlazamos, siento su presión, su fuerza,
intento alejarme cuando creo que se torna excesivo y la siento aún
unida a mí, entonces comienzo a recorrer su espalda entre su cue-
llo y el sujetador, le digo que todo estará bien, que nada cambiará
mientras pienso en que jamás volveré a hablarle, que dejaré que
las conversaciones se diluyan hasta volver a ubicarnos en el re-
cuerdo, en alguien agradable que conocimos alguna vez. Ella se

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