Page 76 - Antologia_2017
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CUENTO

    No sé cuánto más durará el error. Casi siempre se arreglan en
un par de horas. En cualquier momento podría volver a la norma-
lidad y entonces estaré en el Zócalo sin nada más que hacer. Puedo
volver a casa y acurrucarme con Dálmata, que ya será de nuevo un
gato, y ver películas hasta que sea hora de dormir. Lo último que
quiero hacer antes de irme es caminar por la Alameda.

    El parque está tranquilo, como suele estar después de la lluvia
y antes de la comida, cuando los niños no han salido de la escuela.
La mayoría de los que están por Bellas Artes a estas horas son tu-
ristas. Camino hacia el rincón donde Carlos y yo tuvimos esa últi-
ma conversación. Me detengo al otro lado de la fuente porque en
la banca está sentado un hombre joven. A pesar de que lo he visto
de lejos durante todo el día, me toma un momento reconocer el
cabello negro y chino, los anteojos de pasta, la barba descuidada
de varios días, el cuerpo delgado y largo que hasta hace meses co-
nocía de memoria. Lo miro un momento a través de la fuente. Se
ve distinto a la noche en que empacó su maleta y se fue; lleva el
cabello largo, como cuando volvió de Japón cuando comenzamos
a salir hace más de cuatro años. Está leyendo, unos mechones le
tapan los ojos. No hay rastro de las canas que habían comenzado a
salirle a principios de año.

    Lo observo con cuidado, tratando de entender qué hace aquí,
sin saber si debo hablarle. Levanta la cara y sonríe al verme. Me
saluda y guarda el libro en su mochila. Me está esperando. Aunque
sé que no es Carlos, sólo otro fallo del sistema, otro recuerdo resi-
dual, mi corazón late más fuerte. Me acerco lentamente y cuando
se levanta a abrazarme doy un paso atrás.

    –¿Todo bien? –me pregunta.
    Quiero decirle que no, que nada está bien desde hace cuatro me-
ses que se fue sin promesas, sin vuelo de regreso, que todavía me
levanto en las mañanas y lo primero que hago muy a mi pesar es
buscarlo, que estoy aquí en una peregrinación para borrarlo, que
cómo se atreve a aparecerse, a sonreírme, a saludarme, a mirarme.
    Esa noche en cuanto cerró la puerta, lo bloqueé, coloqué un
filtro para no poder acceder a su perfil o él al mío. No iba a permi-
tirme ni un segundo de espiarlo, de grabarle mensajes larguísimos
o comerme la cabeza con cada nueva actualización que hiciera.

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