Page 81 - Antologia_2017
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GERARDO LIMA MOLINA

si (aquí viene lo preocupante) el sol estuviera cambiando de tona-
lidad, de amarillo a rojo”.

    Eso ya lo he visto. Y no aquí en mi ventana, ni tampoco a ori-
llas del lago. Lo conozco bien porque ya he estado algunos años
causando molestias. Quisiera que fueran más años los que me se-
pararan de Pueblo. Aún no son bastantes. Yo sólo aspiro a que mi
hogar sea éste, y a que Pueblo apenas sea un rumor, junto a su sol,
el color de las cenizas y el color de los campos y de la tierra, y los
rayos rojizos del sol marcando las nubes, quemando los árboles, la
carne de mis hermanos.

    Hablo de Pueblo. Aquí nadie lo hace. No los culpo, tampoco les
guardo rencor. Amarillo, toda la zona amarillense marcada por las
tres poblaciones como una especie de venado en el mapa (la trompa
es Cascadas, el cuerno del oeste es Amarillo Lake, y el cuerno orien-
tal es Puerto Amarillo), es un caso de éxito. Aquí no ha entrado la
violencia como en Tamaulipas o en otras ciudades del norte, o
hasta del sur, como en Veracruz, ya que estamos. Aquí tampoco se
han robado los ranchos, y hasta las pequeñas rancherías sobrevi-
ven gracias a los italianos. No se han ido aún. Ni siquiera los me-
nonitas o los amish han aguantado tanto los reatazos de los narcos.
Aquí no los ha habido. Siguen pastando las bestias, siguen los
quesos, los plantíos, hasta los árboles de maguacatas. Pero sólo los
amarillenses saben de otro tipo de oscuridad que se cierne sobre
ellos. Es un tipo de criatura más cabrona, se pega a la piel como
una sanguijuela, y uno no la siente hasta que está bien hinchada. Y
cuando ya no puede absorber más sangre hace explotar su icor so-
bre la piel. Ya no es sangre lo que queda, es una especie de veneno,
y no hay antídoto. Aquí, hasta a los alacranes les tiembla la cola
cuando perciben ese tipo de ponzoña.

    No los culpo si en Amarillo no quieren saber nada de otros vene-
nos. Puede que aquí lo tengan más jodido. Y eso me asusta mucho
más que “el accidente” de Pueblo. Si aquí pasa algo semej­ante no
sólo acarreará la sangre y el fuego, también traerá la otra oscuridad.

    Puedo ver desde aquí a La Antigua. Es tan anciana como lo
dicta su nombre. Dentro de sus muros hubo quien podría leer don-
de no se podía leer, aspirar las palabras cuando no habían sido más
que un murmullo. Los susurros detrás de la piedra permanecen

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