Page 80 - Antologia_2017
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CUENTO

veces, oh, claro que sí. Y también he nadado entre su encierro y
me he escaldado los dedos de los pies con su sal y sus piedras. No
soy de mar, aunque conozco el parecido de ciertos brazos con el
verdadero. Lo dicho, sé reconocer la calidad del agua cuando la veo.

    Estoy asomado desde mi ventana. Miro el lago y pienso en lo
que he perdido, y también recuerdo las cosas malas. No sé si qui-
siera rememorar las cosas que se han ido. Me da la impresión de
que preferiría que se queden en el fango. Quiero seguir purifican-
do mi sangre con el agua del interior, incluso con la del mar. Sé
que no sólo proviene de la limpieza de las aguas. Me explico, sé
que en ella también viven los rastros de oscuridad. En todas partes
existen. Me pregunto si no este mundo era ya oscuridad, mucho
antes de que siquiera cualquier morrillo divino pensara en la luz.
El planeta me mira, nos mira a cada uno de nosotros, y nos hace
recordar lo poco que le importamos. Lo he escuchado. Es el men-
saje del planeta. Y no hablo de la Tierra, de nuestro mundo. Hablo
de la mera circunstancia de una bola autónoma en la que la vida
surgió como un mero accidente muchos años después de que la
roca se enfriara y las aguas volvieran a asentarse en sus tranquilos
lechos.

    La Tierra desde entonces ha seguido moviéndose. Su inclina-
ción lo dice todo. Seguirá moviéndose, incluso cuando no quede
ninguno de nosotros. Mientras eso sucede, mientras el planeta si-
gue moviendo esos ramalazos como voces de alarma, y hasta que
se deshaga de nosotros, su molesta plaga, seguiré apreciando uno
de sus recursos, una característica, parte, elemento, como quiera
llamarse. El mar me mira desde la ventana, y lo hace con la forma de
un lago. Tal vez debiera bajar de mi atalaya y acercarme a su orilla
y ver el mundo, la ciudad de Amarillo Lake, circundarlo, rodearlo,
pretender ser parte de él, mojarme los pies en el lago.

    Si llego a la orilla podré ver la calma de sus aguas. Algunas lan­
chas y otras embarcaciones de recreo, pequeñas afortunadamente,
provocarán algunas olas. Hay peces debajo, agitando sus escuáli-
dos cuerpos, haciendo que sus escamas brillen con los rayos filtrados
del sol. Últimamente, y eso me preocupa (más de lo que quisiera ad-
mitir), he escuchado a algún amarillense mencionar la tonalidad de
los peces, los reflejos demasiado radiantes en sus escamas, “como

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