Page 34 - Antologia FONCA 2017_sp
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NOEL CISNEROS

    –Que a Pierre también se le ha ocurrido esta mañana que vaya-
mos a Mónaco, y miren ustedes que a mí no me ha parecido mala
idea –dijo sonriente, tomada del brazo de Albert, madame Thiers.

    El muchacho no cabía de alegría: era la primera vez que ella lo
tomaba del brazo. Percibía el olor del perfume que él tomó por la
esencia de las hortensias que le adornaban el sombrero, y cuyos
pequeños pétalos no hacían sino bailar a consecuencia del viento.
Al joven lo sorprendió, además, que el sombrero se mantuviera
sobre la cabeza de madame sin que el viento lo jaloneara.

    –Es uno de mis secretos –sonrió ella al muchacho, quien le
lanzaba miradas azoradas mientras una y otra vez volvía a suje-
tarse el suyo sobre la cabeza–. Es una ventaja poder usar listones
de tela, siempre ayudan –añadió señalando el pequeño moño que
sujetaba el sombrero bajo su barbilla.

    El viento a ratos desgarraba las nubes bajas y el sol invernal
las bañaba de una intensa luz.

    –De no ser por el aire frío diría que estamos en la Riviera –la
ocurrencia de madame Thiers hizo estallar una risa que creció y
se esfumó como un fuego artificial. Una explosión, pensó Albert,
y tuvo la viva impresión de azoro que tuvo en su infancia mien-
tras alzaba el cuello y veía abrirse esos globos de luz que se des-
vanecían luego de colmar el cielo.

    El viento consiguió vencer la resistencia del sombrero de ma-
dame Thiers, el ala frontal se levantó y lanzó al suelo el ramo de
hortensias.

    –Ya decía yo que no podía quedar impune –aseguró el doctor.
    Albert corrió en pos del ramo.
    –Pero déjelo así, no pasa nada –aseguró ella.
    –¿Cómo se va a quedar usted sin sus flores? –dijo galante Al-
bert al devolverle las hortensias.
    –Pero se han perdido irremediablemente –respondió ella mien-
tras las tomaba, y le mostró a Albert que al ser arrastradas por el
suelo habían quedado inservibles como parte de su adorno–. Le
agradezco el esfuerzo, no crea que no –dijo en un intento por con-
jurar el abatimiento que vio en el rostro del joven.
    –Si tomara en cuenta el esfuerzo que la florista hace para
preservar esas flores de invernaderos –apuntó jocoso el señor

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