Page 40 - Antologia FONCA 2017_sp
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PABLO GÁLVEZ

él, no sin antes haberle contornado un cuerpo de buen forje, colo-
cándole una módica erección entre los muslos y terminado de su-
mergirte en la deliciosa humareda que empantanaba el camarín,
el vagón entero...

    Raquel recuerda entonces que son horas de trabajo y que, pese
a no haber nadie de quien ocuparse, el despido es factible; así que
abre la ventanilla, deja que su humo se fusione con el de la loco-
motora, guarda el bloc, el carboncillo y el pequeño narguile en el
neceser, y vuelve a dar su estéril rondín por el pasillo bañado ya
de una pálida luz lunar. De vuelta a la cotidianidad. Demasiado
tiempo así, igual que siempre: entre el opio, los retratos y la ser­
vidumbre.

    Un día, en el que todo empezó –aunque más bien fue de no-
che–, el tren se mecía como barco en altamar. Sin saber por qué,
como impulsada por el mareo, entró sin avisar al camarote de una
pareja que bien pudo haber estado en pleno apogeo lunamielero,
mas sólo roncaba desnuda y abrazada como un viejo matrimonio;
se fue directo al baño y, como poseída, para no vomitar, hurgó en
su cosmetiquera y embadurnó el espejo del lavabo con labial, rí-
mel, delineador y demás: todo completamente a oscuras, en tran-
ce de automatismo sobrio –no fumabas ni tabaco por entonces.

    Al amanecer, los tórtolos, en un principio consternados, die-
ron parte al capitán, y después presumían a todo mundo, con cier-
to orgullo ajeno, el milagroso portento ocurrido en su dormitorio:
habías maquillado a la cara que se reflejaba en el espejo con la
misma delicadeza y precisión que si hubiera sido la tuya y, más
aún, en torno a ella dibujaste atmósferas con bilé y colorete que
eran un genuino gusto contemplar, descifrar –o intentarlo–; y la
parejita, o más bien su camarín, se hizo de una fugaz fama por
el par de días que duraba el recorrido. Y muchas fueron las fotos
turísticas que capturaron su propio flash en el espejo pintarrajea-
do, el cual, por protocolo dictatorial de la empresa transportista,
fue lavado a conciencia, y borrado todo rastro de ese rostro y sus
adornos, cada trazo de tu opera prima. Mas al crearla, en ti mis-
ma habías vislumbrado, como si fuese un parto del que ni te sa-
bías preñada, la cara de ese alguien que ya se te insinuaba; una
inquietud en tus adentros, semejante al hallazgo de un cadáver

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